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jueves, 8 de septiembre de 2011

Extracto de entrevista con Rosa Otunbaeva, Presidenta de Kirguizistán


- Al darse cuenta de que la Unión Soviética no tenía futuro, ¿qué fue lo que sintió? ¿Miedo, alivio, alegría, tal vez?

- Me di cuenta de que la Unión Soviética dejaría de existir en el año 1990, más o menos: entonces todo estaba como en ebullición y, sin embargo, la gente parecía tensa y como a la espera de algo. En aquel momento trabajaba en Moscú, veía los movimientos caóticos de los líderes de las Repúblicas Soviéticas, no dejaban de estallar conflictos ni de oírse llamamientos a la separación. La desintegración de la URSS trastornó mis planes, porque estaba pendiente de la firma el Decreto del Presidente sobre mi nombramiento como Embajadora de la URSS en Malasia y Brunéi. El personal de las embajadas se precipitó a cambiar las banderas soviéticas por los tricolores rusos y de debajo de los vestigios del estado soviético empezaron a salir personas nuevas, ideas nuevas, identidades nuevas.
Hablando en términos generales, antes que nada, nos sentíamos confundidos, perdidos incluso, dominados por el miedo ante lo desconocido. Era de entender: habíamos crecido en la Unión Soviética, éramos soviéticos hasta la médula. Tampoco diría que en Kirguizistán hubiera muchos disidentes, gente que soñara con vivir en un país independiente. Y quien diga eso, estará tergiversando la realidad. Más bien, todo lo contrario; se desmoronaba nuestro país y se venía abajo nuestra casa común. Nos sentíamos atrapados en la oscuridad...



- ¿Qué papel desempeñó el período soviético en la Historia de Kirguizistán? ¿Se podría decir que en aquella época se sentaron los fundamentos del Estado kirguís?


- Ahora que somos un Estado independiente y nos hemos dedicado a rastrear la Historia nacional, nuestros historiadores encuentran indicios de que el Estado kirguís viene existiendo, con interrupciones, desde los tiempos remotos. Pero adquirió los atributos del Estado precisamente en la época soviética. Decían los pensadores de la Ilustración que un Estado ha de tener su Academia de Ciencias, su Universidad y su enciclopedia y lo recibimos todo durante la URSS. Diría, sin temor a la exageración, que el período soviético es comprable para nuestro país con la Época del Renacimiento, por haberse fundado y desarrollado la cultura y el arte moderno. El patrimonio literario y cultural del pueblo kirguís fue plasmado en libros, obras musicales y cinematográficas. El ballet, la ópera, la pintura, el teatro y el cine se convirtieron en una parte inalienable de nuestro desarrollo espiritual, por no hablar de la alfabetización completa de la población, un inapreciable obsequio por parte de la URSS.

- ¿Y Usted también se sentía parte de la “nueva identidad histórica, social e internacional del pueblo soviético”?

- Sin lugar a dudas, era un producto soviético. Dos veces fui premiada con vacaciones en “Artek”, campamento de pioneros más famoso de la URSS, hice de monitora en otros campamentos, siendo alumna de los últimos años del colegio. Estudié muy bien, entré en la Facultad de Filosofía de la Universidad Lomonósov de Moscú, cursé los estudios de posgrado y me afilié al PCUS. Era el típico ejemplo del funcionamiento de los ascensores sociales en la época soviética: una chica de familia numerosa de una ciudad de provincia entró en la Universidad más famosa del país y estudió allí junto con los hijos de catedráticos. Después de defender mi tesis, regresé a Kirguizistán, asumí el puesto de la jefa de la cátedra en la Universidad, trabajé en el Comité distrital de Partido y luego en el urbano… Estábamos en la vanguardia de aquel enorme país…

- ¿Y cuándo empezó a sentirse kirguís?

- Siempre me he sentido así.

- ¿Y no sentía menoscabados sus derechos?

- A veces, sí: en la Universidad era una estudiante muy buena y activa, pero a la hora de formar delegaciones para visitas al extranjero o enviar a gente a eventos a nivel de la ciudad o del país, siempre se elegía a rusos. A nosotros, los asiáticos, ni siquiera se nos trataba como a los georgianos o los armenios. Es fácil hacerse una idea, si uno se fija en el número de oriundos del Asia Central que ocupaban puestos en los organismos centrales de la URSS, sobre todo, los importantes. La situación cambiaría bastante más tarde, durante la perestroika, porque el poder querría subrayar su carácter multiétnico. Y a mí, junto con algunos representantes de la Repúblicas en los órganos de poder soviéticos, me invitaron a trabajar en el Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS.

- Usted pertenecía a la élite soviética y era lógico que se sintiera parte del unido pueblo de la URSS. Pero, cree que los kirguises, uzbekos o representantes de otras etnias residentes en Kirguizistán también se identificaban con el pueblo soviético?

- Creo que cuando se estaba creando esta “identidad histórica del pueblo soviético” se hizo hincapié en la formación de una élite nacional, capaz de influir en la gente corriente. En mi opinión, entre los ciudadanos de a pie no había esta sensación de “una identidad única”, simplemente no hubo tiempo para hacerlo. El objetivo sí que fue planteado, pero su realización suponía un proceso duradero y una mejor situación económica. Los campesinos ni siquiera tenían pasaportes propios, eran retenidos en las aldeas por fuerza, pero tenían trabajo garantizado, eso es verdad. Para una persona de provincia viajar al extranjero equivalía a volar al espacio. Ésta es la razón de los cambios tan bruscos que le ha tocado vivir a nuestra sociedad: el mismo tejido vital en aquella época era demasiado desigual, en algunas esferas de la vida el desarrollo se forzaba y en otras se contenía de una manera artificial. Y en cuanto se desintegró la URSS, empezó un fuerte proceso de urbanización, la gente se precipitó a las ciudades.
Ahora la gente corriente echa de menos la época soviética, recordando las pagas de jubilación, las ayudas sociales y los sueldos. Incluso se forman mitos sobre aquellos tiempos, uno de esos días he oído en la radio a una señora contar que, al empezar a trabajar de maestra, podía permitirse unas buenas vacaciones y que con su primer sueldo se compró un abrigo de pieles. Suena bastante a exageración… Pero no se puede negar que durante la URSS la vida estuviera mejor organizada y la gente se sintiera más protegida en el aspecto social. Recuerdo discusiones sobre si había que pagar el sueldo a quienes abusaban del alcohol o intentaban evadir el trabajo bajo cualquier pretexto. Durante todos estos 20 años de independencia nos estamos arrastrando a través de los sinsabores de la economía de mercado. Por otra parte, todo el mundo ha pasado por eso, parece inevitable…

- Las Repúblicas del Asia Central no lucharon por proclamar su independencia, después de la desintegración de la Unión Soviética no les quedó ninguna opción aparte de iniciar su propia vida. ¿Si los dirigentes de la URSS se hubieran portado de otra manera, se podría haber mantenido un Estado único con las Repúblicas del Asia Central?

- Simplemente se nos echó de aquel gran país y se nos abandonó a nuestra suerte. Creo que sí que era posible mantener el país unido. Pero nuestro líder Askar Akáev cogió la onda que le venía bien al Occidente, la de una destrucción completa de cuanto existía. No le dio pena en absoluto y eso que no había creado nada, a diferencia de los líderes de Uzbekistán o Kazajstán. Todos veíamos como el Nursultán Nazarbayev luchó hasta el final contra el desmoronamiento del país. Nos identificábamos con la postura de este hombre, primero presidente del Gobierno y luego Primer Secretario del Partido Comunista de Kazajstán. Tenía muy claro el papel de su país y los recursos que poseía, y, sin embargo, no se imaginaba un futuro sin la Unión Soviética y sin Rusia. Y nosotros, imagínese…

- ¿No se imaginaba un futuro sin la Unión Soviética o sin Rusia?

- Sin la Unión Soviética, es que a Rusia no la veíamos como un sujeto independiente. Todas las Repúblicas, incluso las más pequeñas, tenían su voz y se parecían mucho a un sujeto independiente. Sin embargo, Rusia, no lo era, era un gran territorio que unía al resto de Repúblicas alrededor de sí.
Mirando atrás, me acuerdo de como los que vivíamos en las ciudades, solíamos medir nuestras vidas con el modelo de la capital: se quería vestir igual que en Moscú, pensar igual que allí. Desde niños veíamos películas soviéticas, adorábamos a los actores y coleccionábamos sus fotos. No teníamos vida propia, no teníamos otros libros ni otras películas, nos empapábamos de la cultura rusa y la Historia rusa era nuestra Historia y sus héroes, nuestros héroes.

Tomado de RIA Novosti