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domingo, 7 de marzo de 2010

El Proceso de Moscú en 1938: El testimonio de Joseph E.Davies, embajador de Estados Unidos en Moscú


Uno de los que asistió a todas y cada una de las sesiones fue el embajador estadounidense en Moscú, Joseph E. Davies, que era abogado. Según cuenta en sus memorias:

[El proceso] reveló las grandes líneas de un complot que estuvo muy cerca de lograr el objetivo de derrocar al gobierno soviético actual.
Los testimonios aclaran ahora lo que nosotros no pudimos comprender y lo que sucedió la primavera y verano pasados. Te acordarás que en el patio de la cancillería nuestros amigos nos hablaban de una actividad insólita alrededor del Kremlin, mientras que las cancelas estaban cerradas al público. Todo, se decía, indicaba una enorme agitación y se nos hacía observar que los soldados de guardia ya no eran los mismos. Los nuevos guardias, se nos decía, te acordarás, eran casi todos soldados reclutados en Georgia, la tierra natal de Stalin.

El testimonio extraordinario de Krestinski, de Bujarin y de los otros parecería indicar que los temores del Kremlin estaban bien fundados. Porque parece hoy evidente que existía a comienzos de noviembre de 1936 un complot para ejecutar un gope de Estado dirigido por Tujachevski para el año siguiente. Aparentemente la decisión estaba tomada y estaban decididos a ejecutar el golpe de Estado.

Pero el gobierno ha reaccionado con mucho vigor y rapidez. Los generales del Ejército Rojo han sido eliminados y toda la organización del partido ha sufrido una purga y una limpieza completa. Apareció inmediatamnte que a varios dirigentes les había picado el virus de la conspiración para derrocar al gobierno y trabajaban en connivencia con los agentes de los servicios secretos de Alemania y Japón.

Este hecho explica la actitud hostil del gobierno respecto a los extranjeros, el cierre de diversos consulados extranjeros en el país, etc. Francamente, nosotros no podemos condenar a la gente en el poder por haber reaccionado como lo han hecho si estaban persuadidos de lo que el proceso revela actualmente.

Es necesario, todavía una vez más, acordarse de que no se puede concluir con la falsedad de esas revelaciones por el sólo hecho de que sean declaraciones de criminales de los que se han obtenido las confesiones.

Debo parar ahora porque el proceso se reanuda a las once esta mañana y voy a tener que correr para llegar a tiempo...

El testimonio de Davies es interesante porque conoció personalmente a varios de los acusados, que trabajaban en el Ministerio de Asuntos Exteriores soviético. El embajador comprendió entonces que se habían mostrado contrarios a pagar la deuda de la Unión Soviética con Estados Unidos para provocar rencillas entre ambos países, mientras que la postura de otros, como Voroshilov, ministro de Defensa, era la opuesta.

Tras conocer las condenas, emitió la siguiente opinión profesional en un cablegrama enviado a Washington:

Después de haber observado cada día atentamente los testimonios y su manera de testificar, apreciado las corroboraciones inconscientes que se presentaron y otros hechos que han marcado el proceso, pienso, de acuerdo en eso con otros cuyo juicio puede ser aceptado, que, por lo que concierne a los acusados, han cometido suficientes crímenes según la ley soviética, crímenes establecidos por la prueba y sin que sea posible una duda razonable, para justificar el veredicto que les hace culpables de traición y la sentencia que les condena a la pena prevista por las leyes criminales de la Unión Soviética. Es el sentimiento general de los diplomáticos que han asistido al proceso que la prueba ha establecido la existencia de una formidable conspiración política y de un complot extremadamente grave, revelaciones que han proporcionado al cuerpo diplomático la explicación de muchos hechos que se han producido desde hace seis meses en la Union Soviética.

Pero la cosa no acaba aquí: una vez finalizada su misión en Moscú y retornado a Estados Unidos, el embajador Davies añadió a su diario una larga nota inmediatamente después del fulminante ataque hitleriano contra la Unión Soviética en 1941 en la que establece la relación entre los procesos de Moscú y dicho ataque. Cae en la cuenta de que aquellos procesos habían destruido a la quinta columna de Hitler en Rusia. Tres días después de la invasión, en una conferencia en la Universidad de Winsconsin, los alumnos le preguntan a Davies por la quinta columna nazi en la Unión Soviética, y aquel les responde, que ya no existe, que ha sido eliminada y que, como consecuecia de ello, por primera vez, el ejército alemán ha tenido que pasar a la ofensiva sin un previo trabajo de zapa en la retaguardia interior. Nosotros en 1938 -reflexiona Davies- no teníamos ni siquiera noción de lo que era una quinta columna, una expresión que entonces aún no se utilizaba. Sólo dos años después se descubrió que también en Estados Unidos había una quinta columna trabajando para los nazis en el interior del país. Pero en la Unión Soviética la quinta columna nazi se había formado ya en 1935 y el gobierno soviético -añade Davies- conocía sobradamente los planes de sabotaje interior del alto mando alemán.

Davies continúa narrando restrospectivamente los hechos y reconoce el acierto del gobierno soviético al cerrar los consulados de Alemania e Italia en su territorio. Recuerda las cenas en la embajada con los periodistas y los comentarios erróneos que allí se vertían: No veíamos más que el fuego, dice, una lucha por el poder entre unas u otras personalidades soviéticas, mientras que no acertamos a verlo como una quinta columna en acción, como una actividad subversiva de una amplitud verdaderamente asombrosa: asesinato de Stalin y Molotov, sabotaje de la industria, voladura de fábicas de productos químicos, destrucción de minas de hulla, desorganización de los transportes... Consintieron en ejecutar y de hecho ejecutaron todo aquello que el Alto Estado Mayor alemán exigió de ellos en instrucciones que éste les hacía llegar. Consintieron en conspirar y cooperar y, de hecho, conspiraron con los servicios secretos de Alemania y Japón. Consintieron en colaborar y, de hecho, colaboraron con los representantes consulares del servicio diplomático alemán en materia de espionaje y de sabotaje. Consintieron en transmitir a Alemania y Japón y, de hecho, transmitieron secretos esenciales de la defensa de la Unión Soviética. Se entendieron entre ellos y con los gobiernos de Alemania y Japón para hacer con éstos la guerra a la Unión Soviética y para constituir luego un estado soviético independiente más pequeño que abandonaría grandes partes de la Unión Soviética, Ucrania y Rusia blanca, al oeste, a Alemania, y la provincia marítima, el este, a Japón.

El embajador le lanza al lector estadounidense una pregunta demoledora: imagínese usted que varios ministros, embajadores, generales y subsecretarios reconocen colectiva y públicamente que han traicionado a su país y que se han puesto al servicio de una potencia extranjera para preparar una invasión...

Todos esos procesos, esas purgas, esas liquidaciones que entonces parecieron al mundo medidas revulsivas y violentas, no eran, lo vemos ahora, más que un aspecto de un esfuerzo vigoroso y determinado por parte del Gobierno de Stalin para protegerse no solamente contra la amenaza de una revolución en el interior sino también contra un ataque lanzado desde el exterior. El gobierno se puso a la tarea, decidido a efectuar una limpieza completa y a hacer desaparecer todos los elementos de traición que podían encontrarse en el interior del país. Y el Gobierno no vaciló en conceder a los sospechosos el beneficio de la duda cuando no tuvo una certidumbre absoluta.
No había ya quintacolumnistas en Rusia en 1941. Habían sido pasados por las armas. La purga había limpiado el país y lo había desembarazado de todo germen de traición.

[Joseph E. Davies: Mission à Moscou, Éditions de l'Arbre, Montreal, s/f, pgs.235 a 250]

El impacto de este testimonio fue tan tremendo que el libro se agotó inmediatamente en las librerías y aquel mismo año el conocido director de cine Michael Curtiz rodó una película del mismo título que el libro con un guión basado en la obra. El maccarthysmo y la guerra fría se encargaron luego de ocultar todos estos documentos.