Nelson Mandela con la reina Isabel |
“Mejor dar un paso con el pueblo que diez sin el pueblo”
¿Qué paso con Nelson Mandela? Era un admirador de la Revolución cubana y ahora es elogiado por la prensa conservadora, Wall Street le dedica un minuto de silencio y los jefes de Estado de los países más influyentes y poderosos honran su memoria.
Es particularmente indignante que Mariano Rajoy, presidente de España, manifieste que “Mandela hizo de la concordia la fuerza de su mandato”, después de ordenar la instalación de cuchillas en las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla.
No es menos desolador escuchar a Barack Obama, presidente de Estados Unidos, declarando “no puedo imaginar mi vida sin el ejemplo de Mandela”, cuando su mandato se ha caracterizado por los asesinatos selectivos con aviones no tripulados (drones) y ha incumplido su promesa electoral de cerrar la inhumana e ilegal prisión de Guantánamo, donde la tortura física y psíquica son pura rutina.
Todo esto me recuerda el circo organizado con Teresa de Calcuta, con la diferencia de que la monja de origen albanés no hizo nada verdaderamente meritorio, pues como denunció Christopher Hitchens su obra está llena de sombras y posibles fraudes. Mandela nunca habría afirmado que “el sufrimiento de los pobres es muy hermoso”. Sin embargo, coincide con ella en concitar el aplauso de los ricos y poderosos, que le han convertido en un santo laico.
Es cierto que Mandela dignificó la lucha de los pueblos africanos y prefirió la prisión a la rendición, pero cuando se hizo con el poder renunció a cualquier pretensión revolucionaria. ¿No pudo hacer otra cosa? Si es así, ¿no dilapidó sus 27 años de confinamiento y su enorme prestigio entre sus partidarios? No puedo evitar sentir más aprecio por Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso (“el país de los hombres íntegros”) entre 1983 y 1987 y auténtico revolucionario.
Thomas Sankara |
Sankara nacionalizó los recursos naturales, se negó a pagar la “deuda odiosa” al FMI y el Banco Mundial, acabó con el latifundismo, distribuyendo la tierra entre los campesinos; luchó contra el hambre con un notable incremento de la producción agraria (la producción de trigo aumentó en tan sólo tres años de 1.700 kg por hectárea a 3.800, logrando la autosuficiencia alimentaria); promovió la educación y la sanidad públicas con grandes partidas presupuestarias; construyó carreteras y ferrocarriles al tiempo que plantaba millones de árboles para frenar la desertificación; defendió los derechos de las mujeres, incorporándolas a puestos de responsabilidad en el gobierno y el ejército, y prohibiendo la mutilación genital femenina, los matrimonios forzosos y la poligamia; advirtió repetidas veces sobre los riesgos de la penetración neocolonialista a través del comercio y las finanzas e incitó a los países africanos a no pagar su deuda externa.
Austero y enemigo del culto a la personalidad, vendió la flota de Mercedes-Benz del gobierno y convirtió el Renault 5 en el coche oficial de los ministros. Se negó a instalar aire acondicionado en su despacho por considerarlo un lujo injustificable y se bajó el sueldo a 450 dólares. Su patrimonio personal se limitaba a un automóvil, cuatro bicicletas, tres guitarras, un frigorífico convencional, un congelador roto y una modesta casa familiar.
El 15 de octubre de 1987 fue asesinado con doce oficiales. Blaise Compaoré, su antiguo colaborador y sucesor, actuó bajo el asesoramiento de la CIA y con el visto bueno de Francia. El cuerpo de Sankara fue descuartizado y enterrado en un lugar desconocido. De inmediato, se revocaron las nacionalizaciones y se acató las directrices del FMI y las grandes multinacionales. Sankara nos dejó varias frases memorables: “Mejor dar un paso con el pueblo que diez sin el pueblo”, “El objetivo de la revolución es que el pueblo ejerza el poder”. Me temo que otros líderes africanos -como Amílcar Cabral o Patrice Lumumba, también asesinados- se mantuvieron fieles a estas consignas, pero no Nelson Mandela, que acabó paseando en carroza con la reina de Inglaterra.
Rafael Narbona
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