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lunes, 17 de diciembre de 2012

"El Discurso del Anticomunismo" por Grover Furr

Aunque oficialmente la guerra fría haya terminado, el anticomunismo está muy vivo y presente en toda clase de discursos –críticos, históricos y políticos–, teniendo una amplísima influencia tanto en la academia como en la sociedad en general. Durante aproximadamente tres décadas o más, el comunismo ha funcionado como el gran innombrable en la postestruturalista “guerra contra la totalidad “. Los ataques contra el “logocentrismo” del “racionalismo occidental” han apuntado generalmente contra el legado burgués de la Ilustración pero, si analizamos el lenguaje de estos ataques, Marx aparecerá en el punto de mira tanto o más que Locke o Rousseau.

Presentada como la crítica al “reduccionismo de clase” en nombre de un modelo “intergrupal” de género, raza y clase, y de la relación del discurso con la ideología, esta antipatía hacia el marxismo ha penetrado profundamente en el substrato cultural, ejerciendo una poderosa y permanente influencia incluso (o tal vez especialmente) en los académicos que presumen de estar “más allá de la teoría” y de haber regresado a lo particular. Y aunque el impacto de este anti-marxismo se halle limitado en gran parte a la academia cuando se expresa en un lenguaje sumamente teórico, se extiende por toda la sociedad a través del periodismo y de las declaraciones de intelectuales públicos, por un lado, y de estudiosos y profesores por el otro, para darse la mano con los conceptos de guerra fría del autoritarismo rojo, conceptos que nunca han abandonado el escenario.

Llevo algunos años investigando la historia de la Tercera Internacional y, en particular –con la ayuda de académicos rusos afincados en la antigua URSS–, he estado investigando lo que se ha publicado de los archivos de la era soviética anteriormente secretos. Lo que he descubierto ha sido una evidencia masiva de que una extraordinaria cantidad de mentiras han formado parte –y todavía forman parte– de los relatos de la historia comunista y política que disfrutan de un estatus prácticamente incontestable en los EEUU y en todo el mundo occidental, tanto entre los académicos como entre el público en general.

Es decir, lo que he descubierto es que lo local y particular o –utilizando una palabra pasada de moda pero indispensable, los “hechos”– no sólo pueden ser fetichizados y descontextualizados, sino también sencillamente inventados. Y esta falsificación (o para decirlo todavía con menos rodeos, esta mentira) puede pasar prácticamente inadvertida mientras concuerde con conceptos incuestionados pero ampliamente populares acerca del reduccionismo y el autoritarismo de izquierdas.

En nuestro ambiente académico actual, la atracción postestructuralista hacia la disociación fragmentaria y la antipatía hacia la totalidad se alía estrechamente con el discurso heredado del anticomunismo. Y la actual tendencia historicista a ver los “hechos” como funciones de “discursos” –y en consecuencia no susceptibles de ser sometidos a juicios de verdad o falsedad– hace todavía más difícil la tarea de recuperación y de reconstrucción históricas. Sin embargo, cada vez más personas estamos comprometidas en esta tarea.

Me gustaría destacar brevemente algunas de mis conclusiones, que revelan la indiferencia y el desprecio hacia los hechos que caracteriza a la mayoría de los académicos –en realidad, pseudo-académicos– anti-comunistas al abordar el asunto de la antigua Unión Soviética.

En su reciente y aclamada biografía de Stalin, el académico Robert Service escribe que el mariscal Mijail Tujachevsky, detenido en mayo de 1937 bajo la acusación de colaborar con el ejército alemán y japonés para dar un golpe de estado en la URSS, confesó sólo dos días después de su detención:

“Tujachevsky fue ejecutado el 11 de junio; había firmado una confesión con una mano manchada de sangre después de una terrorífica paliza”. (349)

Esta declaración no solamente es falsa, sino que constituye una mentira deliberada. No existe ninguna “huella digital ensangrentada” en el papel con la confesión del Mariscal, y tampoco ninguna prueba de que Tujachevsky fuera golpeado o amenazado de ningún modo. Pero ¿cuántos de sus lectores tienen la posibilidad de conocer esto? [2]

Esta carencia de cualquier intento serio de objetividad en el estudio y análisis de fuentes y pruebas acerca de la historia del movimiento comunista en el siglo XX, es el foco de mi investigación y el tema de mi ensayo. Me gustaría introducir brevemente algunos asuntos sobre los que he estado trabajando.

1. El discurso de Jruschev fue una mentira

El 26 de febrero de 1956, en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética celebrado en Moscú, Nikita Jruschev pronunció su famoso discurso “Sobre el Culto a la Personalidad y Sus Consecuencias”. En términos de sus consecuencias, seguramente fue el discurso más importante del Siglo XX, y tal vez de todos los tiempos. Asestó un golpe mortal al movimiento comunista internacional, del que éste todavía no se ha recuperado.

Los académicos, periodistas, científicos políticos e historiadores todavía hablan de las “revelaciones” de Jruschev, la “exposición”, etc. de los “crímenes” de Stalin en este discurso. Pero ¿cuántos saben que todas y cada una de las supuestas “revelaciones” pronunciadas por Jruschev en su discurso eran falsas? ¿No “algunas” o “la mayoría”, sino todas y cada una? He pasado buena parte de los últimos años documentando este hecho.

Esas mismas “revelaciones” de Jruschev son la base sobre la que se ha construido la subsiguiente teoría marxista y comunista, así como la propaganda anticomunista. Y -debo decirlo una vez más- todas ellas son falsas.

Nadie puede dudar de que Jruschev y Cia. ciertamente odiaban a Stalin. Pero no podían hacer ninguna crítica sincera de Stalin, es decir, ninguna que se atrevieran a declarar en voz alta. En suma, detrás del “Discurso Secreto” conocido hay otro “discurso secreto” que nunca fue pronunciado, y que constituye el verdadero motivo del ataque contra Stalin. Para una descripción de los verdaderos motivos por los que Jrushchev y Cia. odiaban a Stalin, remito a mi artículo publicado en dos partes en “Cultural Logic” en el 2005, titulado “Stalin y la Lucha por las Reformas Democráticas”. También he completado una monografía mucho más larga en la que examino las supuestas “revelaciones” de Jruschev presentadas en su famoso discurso –más de 50 de ellas– y en la que documento, con pruebas procedentes de los archivos soviéticos antes secretos, que prácticamente todas y cada una de tales revelaciones son falsas.

¿Cuáles son las implicaciones para nuestra comprensión de la historia del movimiento comunista, del socialismo “realmente existente” y de la teoría marxista? Pues que todos ellos deben ser estudiados de nuevo, repensados de principio a fin. Uno de los mejores investigadores norteamericanos del período de Stalin en la URSS, J. Arch Getty, ha calificado a la investigación histórica realizada durante el período de la guerra fría como “productos de propaganda” –la “investigación” no puede limitarse a criticar o tratar de corregir sus partes individuales, sino que debe ser rehecha desde el principio. Yo estoy de acuerdo con Getty, pero añadiría que esta “investigación” tendenciosa, políticamente sesgada y deshonesta, todavía se está produciendo hoy en día y desgraciadamente es la dominante.

2. Objetividad: el caso de los Juicios de Moscú

En 1936, 1937 y 1938 se celebraron los famosos Juicios de Moscú. Entre los acusados se encontraban muchos importantes Bolcheviques y colaboradores de Lenin. Los cargos contra ellos incluían crímenes tales como el asesinato, el sabotaje económico, planear un golpe de estado y el asesinato de Stalin y de otros dirigentes comunistas, y conspirar junto con el ejército alemán y japonés.

En aquella fecha, la opinión sobre los Juicios estaba muy dividida. Pero desde Jruschev, de manera amplia se ha asumido –ésta es la palabra correcta- que los acusados eran inocentes, y que sus confesiones fueron forzadas de algún modo. Durante los últimos años de existencia de la Unión Soviética, el gobierno de Gorbachev y el Partido Comunista declararon prácticamente a todos estos acusados como “rehabilitados” –lo que significaba que se les declaraba inocentes. Sin embargo, no se presentó ninguna prueba de su inocencia. Los miembros de las comisiones de “rehabilitación” –cuyos materiales han sido publicados durante los últimos 15 años– estuvieron seriamente preocupados por este asunto.

Durante los últimos años, me he esforzado por reunir y estudiar todo el material de los archivos soviéticos anteriormente secretos que ha sido publicado y que se refiere a estos Juicios. Sólo se ha publicado una parte muy pequeña de lo que sabemos que sigue existiendo. De todos modos, los archivos conocidos permiten –o más bien exigen– el total replanteamiento de la historia soviética.

León Trotsky fue un conspirador procesado in absentia en cada uno de los tres Juicios de Moscú. Muchos de los acusados dijeron que Trotsky colaboraba con los fascistas alemanes y japoneses. Ésta era una acusación que muchos encontraron entonces difícilmente creíble, y que Trotsky rechazó con indignación.

Muchos consideran estas acusaciones –contra los acusados de los Juicios de Moscú y contra Trotsky– tan vergonzosas que las mismas casi nunca se toman en serio hoy en día. Lo que es más, nadie –por lo que puedo determinar– se ha molestado siquiera en buscar los documentos de los antiguos archivos soviéticos para ver lo que hay en ellos. Yo sí lo he hecho, y en consecuencia me gustaría decir unas palabras al respecto.

Lo que domina la discusión sobre la culpa o la inocencia de los acusados en los Juicios de Moscú es la absoluta falta de objetividad, y hasta del más mínimo intento de ser objetivo. La argumentación basada en el insulto, la invención y el rechazo airado, o simplemente la asunción de lo que debe demostrarse, caracteriza esta discusión a todos los niveles.

Lo anterior es un gran problema y un peligro grave para aquellos de nosotros ubicados en la tradición marxista. Pensar de esa forma excluye la posibilidad misma de que una persona pueda alguna vez descubrir la verdad.

Marx y Engels escribieron que el proletariado “no tiene nada que perder, salvo sus cadenas”. Interpreto que esto implica que los que estamos al lado de la clase obrera no deberíamos tener miedo de afrontar la verdad y de aprender de ella, independientemente de cuánto pueda sacudir dicha verdad nuestras “preciosas” ideas preconcebidas.

Marx también escribió que deberíamos “dudar de todo”. Si esto no significa “cuestionar nuestras propias ideas preconcebidas”, entonces no significa nada.

Una parte esencial de la objetividad consiste en reunir todas las pruebas, estudiarlas cuidadadosamente, y luego ver qué hipótesis es apoyada por la preponderancia de las pruebas. Si nuevas evidencias salen a la luz, habremos de estar preparados para cambiar nuestras conclusiones, si fuera necesario, con el fin de dar cuenta de las evidencias.

La cuestión de la supuesta colaboración de Trotsky con los alemanes y japoneses es tan buena como cualquier otra para ser considerada, y por tanto me gustaría hablar un poco de la misma.

No es objetivo declarar la idea como “absurda” desde un principio. Ello no sería diferente de declararla como “cierta” desde el principio. Lo que tenemos que hacer es considerar las pruebas. Ninguna persona objetiva rechazaría las transcripciones de los Juicios. Las confesiones de los presuntos conspiradores son pruebas –para ser refutadas o corroboradas por el análisis o por pruebas adicionales.

Puede estar más allá de la capacidad de la mayoría de los estudiosos e investigadores acercarse a esta cuestión de manera seria. Pero no estaba más allá de la capacidad de Trotsky hacerlo así. Trotsky pudo o no haber conspirado con los alemanes y/o los japoneses. Pero Trotsky era un hombre muy inteligente.

Trotsky no calificó las acusaciones contra él como “absurdas”, “locas”, etc. Sabía que, si hacía eso, muchas personas objetivas no sólo no le creerían, sino que perderían el respeto hacia él y se preguntarían por qué no se estaba tomando los Juicios en serio. Por eso impulsó la “Comisión Dewey”, donde testificó él mismo, pidió a sus seguidores que testificaran, obtuvo testimonios del extranjero, etcétera.

En suma, las transcripciones, pruebas y testimonios tanto de la Comisión Dewey como de los Juicios de Moscú deben ser tenidoas en cuenta y estudiados en su totalidad.

Y hasta el final de la URSS así estuvieron las cosas. Ninguna prueba adicional se hallaba disponible de ningún modo. Jruschev, los “jruschevistas” como Roy Medvedev, Gorbachev y los “rehabilitadores” nunca proporcionaron ninguna prueba acerca de la cuestión de Trotsky y los alemanes/japoneses.

Pero ahora, desde el final de la URSS, contamos con más pruebas de los antiguos archivos soviéticos. No tantas como nos gustaría tener, desde luego. ¡Los historiadores nunca están satisfechos, y siempre quieren más y más pruebas! Sin embargo, no podemos decir que tengamos pocas pruebas; y todas ellas apoyan la acusación de que Trotsky, de hecho, conspiró con los alemanes y los japoneses.

Durante el año pasado investigué y bosquejé un artículo en el que traté de reunir todas estas pruebas. No está listo para la publicación aún. Pero puedo decir dos cosas, ya que no hay nada secreto en este asunto:

* una abrumadora cantidad de NUEVAS pruebas sugiere que Trotsky colaboró, de hecho, con los alemanes y los japoneses.

* no existe ninguna “pistola humeante”. En este asunto hay que sopesar pruebas circunstanciales actualmente disponibles para los investigadores. Si se hacen disponibles más pruebas, entonces un especialista objetivo estará preparado para cambiar sus conclusiones, e incluso podrá cambiar sus conclusiones totalmente.

Si éste fuera un asunto del que nadie se preocupara o no tuviera ideas preconcebidas sobre él –algo que pudiera ser examinado con, digamos, la misma distancia que los jurados supuestamente tienen, y muy a menudo tienen de hecho, repeto a un caso sobre el que están obligados a decidir– sencillamente no habría ninguna controversia. Trotsky sería hallado “culpable”, porque las pruebas van “más allá de la duda razonable”. No más allá de cualquier duda concebible, desde luego; no es algo “seguro” –pero ¿cuántas cuestiones en la historia son “seguras”? De todos modos, las pruebas que tenemos contra Trotsky exceden enormemente a cualquier prueba de su inocencia, y ciertamente superan con mucho a sus propias negaciones.

Mientras llevaba a cabo esta investigación, tuve que cambiar mis propias ideas. Yo estaba dubitativo –es decir, con una mente abierta– acerca de todo este asunto. ¿Qué me costaba decir: “Stalin, o Ezhov, tendieron una trampa a Trotsky”? ¡Nada! Así que también estaba preparado para encontrarme con esto. Pero, en cambio, encontré justamente lo contrario; lo mismo que encontraría cualquier estudioso objetivo que estudiara las pruebas ahora disponibles. [3]

A propósito, he hecho lo mismo con Bujarin. Es un dogma del anticomunismo, ya sea liberal, conservador, ruso, occidental, etc., que Nikolai Bujarin, quien confesó y fue condenado en los Juicios de Moscú de 1938, era de hecho “inocente”. Rubashov, el héroe de ‘Cero y el Infinito’ de Arthur Koestler, que confesó haber abandonado la “lealtad al Partido”, estaba basado en Bujarin. No obstante, la enorme cantidad de pruebas que ahora tenemos sugiere que Bujarin fue culpable precisamente de lo que él mismo confesó, tanto antes como durante su Juicio. Decir esto es simplemente tabú, “el tabú”. Pero es así.

¿Todo esto –las pruebas, y un estudio objetivo de las mismas– van a cambiar el punto de vista de alguien? Dos cosas:

* “Cambiar el punto de vista” no me interesa. El trabajo del investigador es científico. Reunir pruebas; estudiarlas con cuidado; extraer las conclusiones. Ser objetivo. Seguir las pruebas y la lógica, “y dejar que la manzana caiga donde deban caer”. “¡Di la verdad y corre!” (el título de la autobiografía del gran periodista George Seldes).

* Muchas personas son capaces de ser objetivas. A menudo hablo con mucha gente joven que ve los horrores del capitalismo. ¡Ellos quieren cambiar el mundo –y muy bien por ellos! Comprenden que la herencia del movimiento comunista tiene que ser estudiada, pero estudiada críticamente. Ellos quieren ser objetivos porque ven –más claramente que muchos de mi propia generación– que la objetividad, la verdad, es el ÚNICO camino adelante para la clase obrera. Yo también pienso esto.

Pero hay personas que simplemente son incapaces de cuestionarse sus prejuicios largo tiempo arraigados. La gente que defiende una determinada causa –el trotskismo, el anticomunismo, el capitalismo, el anarquismo, la socialdemocracia– considera a menudo que dicha causa tiene más importancia que la objetividad. Y no van a cambiar de opinión simplemente porque la evidencia diga que deberían hacerlo. Estas personas no me interesan.

Como marineros medievales cuyos mapas eran más imaginarios que basados en hechos auténticos, hemos sido engañados por las historias canónicas de la URSS, que son en su mayoría falsas. El proceso de descubrir la verdadera historia del primer experimento socialista del mundo apenas ha comenzado. Creo que esto tiene una importancia inmensa para la historia del movimiento comunista, para el futuro del proyecto marxista, y para el futuro de la sociedad humana.

Notas:

[1] Recomiendo al lector interesado la lista de los trabajos de investigación sobre la Unión Soviética durante la era de Stalin añadida a este ensayo.

[2] Según una comisión de la era Jruschev, las señales sobre un papel con las confesiones de Tukhachevsky son de sangre. Aunque esto fuese verdad, e incluso si fueran la sangre de Tukhachevsky –lo que no se ha demostrado– un vistazo a las mismas muestra que no son “huellas digitales”. No hay ninguna prueba en absoluto de que Tukhachevsky fuera “golpeado” ni de que recibiera abusos físicos de cualquier tipo. Las manchas pueden ser vistas en http://images.izvestia.ru/lenta/35492.jpg

[3] Estoy preparando los estudios de pruebas en los casos de Trotsky y de Nikolai Bujarin y, junto con un colega ruso, una edición de la Confesión –antes inédita y no disponible– de Bukharin del 2 de junio de 1937.

El autor del artículo Grover Furr, es profesor de Historia yLiteratura Inglesa en la Universidad Montclair de Nueva Jersey (EEUU).Tiene una página web: http://www.chss.montclair.edu/english/furr/

Traducción: F.G.M.