Sólo una crisis, real o percibida como real, permite un auténtico cambio”. (Milton Friedman, padre intelectual del neoliberalismo)
“He aprendido que las costumbres viejas pueden romperse a través de estímulos dramatizados, diseminados por una red de comunicaciones”. (Edward L. Bernays, padre de la ingeniería social al servicio del neoliberalismo)
En las sociedades de economía capitalista o economía de libre empresa, donde el dinero es el regulador de las relaciones sociales (sistema monetario), el único objetivo de quienes ostentan el poder fáctico, que no son precisamente los líderes políticos o gobernantes, sino aquellos que detentan el poder económico, es el de la consecución de, cada vez, mayores tasas de ganancia, a través de una mayor explotación de las grandes mayorías (reducción de salarios, aumento de precios de bienes básicos, desprotección social…) independientemente de que esto pueda ser perjudicial para el bienestar de éstas. El fin último es el de aumentar su poder y consolidar su posición de clase dominante. Si no se tiene clara esta obsesión enfermiza de las élites dominantes por una incesante acumulación de poder, nunca conseguiremos realizar un análisis correcto de la sociedad capitalista.
Para conseguir los citados objetivos, el poder se dio cuenta de que la sola utilización de la fuerza no era suficiente y que debía de recurrir a técnicas de persuasión de masas, para que éstas aceptasen voluntariamente su condición de dominados y la posición dominante de una élite minoritaria. El propio Napoleón llegó a decir “¿Sabes lo que más me divierte de todo? La impotencia de la fuerza para organizar las cosas” (1). En este sentido, la religión, que tan útil había sido durante tantos años a reyes y aristócratas para someter la voluntad de sus súbditos, ya no era suficiente (aunque seguía siendo de gran ayuda) para edificar las modernas sociedades industriales esclavistas, y, por lo tanto, eran necesarias otras técnicas de persuasión o manipulación de las conciencias.
Así nació la ingeniería social “intento de recabar el apoyo del público para una actividad, causa o movimiento a través de la aproximación, la persuasión y la información” (2). Una ciencia, en la que el poder invirtió multimillonarios esfuerzos para su desarrollo y perfeccionamiento, pues había mucho en juego, nada menos que el control de toda la humanidad y del mundo.
La ingeniería social tuvo y tiene como objetivo fundamental convencer a las grandes mayorías de la población sobre la necesidad de adoptar hábitos y formas de vida que, independientemente de que puedan ser perjudiciales para ellas (hacinamiento de la población en grandes urbes para su explotación y alejamiento de los seres humanos de formas de vida más naturales y más sanas), son altamente rentables para que un pequeño grupo ejerza un poder absoluto y caprichoso sobre dichas mayorías y sobre el conjunto del planeta.
Para la consecución de sus objetivos, la ingeniería social construye fenómenos sociales, que moldea, desarrolla y convierte en masivos a través de la basta red de medios de comunicación de masas (televisión, radio, prensa, cine, internet, etc), propiedad de la clase dominante (oligarcas capitalistas), con el apoyo de otras instituciones estatales a su servicio (judicatura, policía, ejército, etc).
De este modo ha hecho, por ejemplo, que la amenaza terrorista sea una de las mayores preocupaciones de toda la humanidad, a pesar de que existan menos posibilidades de fallecer por un acto de terrorismo que de ser alcanzado por un rayo, dejando en un segundo plano otro tipo de muertes antinaturales como los accidentes laborales, los accidentes de tráfico o los suicidios, a pesar de ser todos estos tipos de muerte, infinitamente superiores al de las muertes por terrorismo y consecuencia directa del deshumanizado modelo de vida industrial capitalista. El objetivo buscado con este fenómeno de ingeniería social, conocido con el nombre de terrorismo, es el de llevar a la mayor parte de la población a la búsqueda irracional (motivada por una sensación de miedo permanente) de un líder protector, al que entrega su libertad a cambio de seguridad, asegurándose con ello la continuidad y el fortalecimiento de las sociedades industriales capitalistas.
El movimiento 15-M o movimiento de los indignados es otro claro ejemplo de un fenómeno social, construido según las leyes de la ingeniería social.
Existen múltiples pruebas de ello, desde la vinculación de multitud de personajes que han contribuido a su formación y extensión (Enrique Dans, Martin Varsavsky, Eduardo Punset, Federico Mayor Zaragoza, etc) con la oligarquía capitalista, pasando por las técnicas de propaganda empleadas, típicas del marketing publicitario capitalista (mensajes cortos y fácilmente asimilables por el mayor número de personas posibles, como Democracia Real Ya o No Les Votes, un principio típico de la propaganda goebbeliana), hasta el descarado apoyo y colaboracionismo de las instituciones capitalistas con el movimiento (difusión de las convocatorias y actos a través de los medios de comunicación de masas, facilidades de los ayuntamientos para dotar de electricidad y otros servicios a las acampadas, permisividad absoluta para desarrollar actos públicos nunca antes concedida a ningún otro colectivo ciudadano, etc). Por otra parte, las críticas de la extrema derecha mediática y los diferentes actos de violencia policial (también ampliamente difundidos), han tenido como objetivo reforzar la apariencia popular e independiente del moviendo, para aumentar su credibilidad ante el gran público.
Todo esto es fácilmente apreciable para las mentes abiertas, tras un rápido análisis, el problema aparece cuando tratamos de buscar su verdadero objetivo. ¿Qué pretenden con ello?
Según algunos, el objetivo es canalizar el creciente descontento social, provocado por la crisis económica, hacia caminos asumibles por el sistema, mediante la creación de un movimiento de disidencia controlada, que tendría como objetivo neutralizar las protestas, para que todo siguiera igual. Otros van más lejos y aseguran que el verdadero propósito de las revueltas de los indignados no es sólo el de contemporizar, sino, más bien, el de revolucionar y transformar las actuales estructuras sistémicas, para conseguir un cambio favorable para los intereses de las clases dominantes.
¿Contemporización o Revolución?
Teniendo en cuenta que uno de los principios del capitalismo es el de la búsqueda sin fin del máximo beneficio, y el hecho de que, en estos momentos, parece haber llegado a un punto de estancamiento (real o percibido como real), me parece poco acertado (y un tanto ingenuo) pensar que este nuevo producto de ingeniería social sea tan sólo un medio de mera contemporización, y no una forma de reinventarse a sí mismo, con el propósito de aumentar nuestro grado de explotación. Además, si el objetivo fuera el de la simple contemporización, ya disponía, para ello, de muchos otros mecanismos de control social, que se han revelado muy eficaces en el pasado, como el de la amenaza terrorista, analizado anteriormente (3).
Para saber si el objetivo buscado, con el 15-M, por la clase oligárquica, es una nueva revolución capitalista, destinada a transformar las estructuras sistémicas, debemos analizar detalladamente, las críticas y las demandas realizadas por el mismo, y, especialmente, si, de cristalizar éstas en un resultado favorable, ello supondría algún tipo de beneficio para sus promotores (oligarquía capitalista).
El blanco principal de las críticas de los indignados ha sido la clase política, dejando en un segundo plano a los empresarios y al modelo de sociedad industrial capitalista. Estas críticas hacían referencia a la incapacidad de los primeros para gestionar adecuadamente los asuntos públicos. Las subsiguientes demandas, por lo tanto, venían en la línea de reducir el papel de los políticos en tales asuntos públicos, y promover una mayor participación de los ciudadanos en los mismos, pero sin especificar ningún tipo de limitación a la conocida como iniciativa privada (fundamento de la economía neoliberal o capitalismo), aunque ello acabe abocando a una subordinación de la mayoría a los intereses de una minoría.
Este planteamiento coincide plenamente con los postulados anarcocapitalistas (4), minarquistas (4bis) y, en general, con el neoliberalismo más extremista, que busca la reducción de las funciones del Estado, en las antinaturales y deshumanizadas sociedades industriales capitalistas, a un papel mínimo (el de mero defensor de la propiedad y la iniciativa privada), para permitir una total libertad de movimientos a la iniciativa empresarial privada más codiciosa.
Esta coincidencia entre los planteamientos de unos y otros se puede apreciar muy claramente al comparar el Informe Transforma España (5), elaborado hace una año por la Fundación neoliberal Everis, y las demandas recogidos en las diferentes asociaciones que conforman el movimiento 15-M (Democracia Real Ya, No Les Votes, Juventud Sin Futuro).
La función del 15-M es que, bajo la excusa de una mayor participación ciudadana en los asuntos públicos, se abra las puertas de par en par a la iniciativa privada, para que termine siendo quien los gestione, sin ningún tipo de interferencia estatal.
La pregunta que se nos puede pasar por la mente al llegar a este punto es: “Pero si el Estado-nación no era más que una herramienta de la clase dominante, muy útil para conseguir asegurarse la explotación de una mayoría en beneficio de una minoría ¿por qué hacerlo desaparecer o reducir su intervención a un papel mínimo?”.
La respuesta en sencilla: “El Estado-nación ya ha cumplido la función para la que fue creado y por lo tanto, actualmente, es más una rémora que una ayuda en la obtención de mayores ganancias, además existen otra serie de instituciones de tipo supranacional menos “sociales” (ONU, Fondo Monetario Internacional o Banco Mundial) que velarían por asegurar un perfecto funcionamiento del capitalismo internacional, sin interferir lo más mínimo en la iniciativa privada, por muy salvaje que ésta fuera”.
Veamos a lo que me refiero. El Estado-nación, tal y como lo conocemos hoy en día, comenzó a apuntalarse a partir de las revoluciones burguesas del siglo XVIII, con los primeros tratados constitucionales. Desde ese momento, comienza a desarrollar, en los diferentes países, con mayor o menor intensidad, una lucha sin cuartel para incorporar (encadenar) al mayor número de seres humanos posibles al sistema de producción industrial y al sistema de relaciones sociales basado exclusivamente en el intercambio monetario, para lo cual no dudó en llevar a cabo matanzas indiscriminadas de campesinos y el robo sistemático de sus tierras, entre otras barbaridades. De este modo, fue destruyendo, poco a poco, anteriores hábitos de vida y de relaciones sociales mucho más humanas, naturales y sanas (debemos dejar a un lado el proceso de demonización de que ha sido objeto el medio rural, por los propagandistas del estatismo) que las actuales formas de vida contemporáneas (6).
Desde entonces hasta ahora, todos los procesos estatalistas puestos en práctica, en los diferentes países (independientemente de su signo ideológico), han tenido básicamente la misma función: encadenar al los seres humanos al industrialismo y al sistema de relaciones sociales basado en el intercambio monetario, para que una élite minoritaria y privilegiada se beneficiara de ello.
En la actualidad, estos objetivos ya han sido conseguidos plenamente (separación definitiva de la especie humana de hábitos de vida más acordes con su naturaleza y la adaptación progresiva a los actuales hábitos de vida industriales deshumanizantes), sin existir prácticamente (o al menos hacerse muy difícil) vuelta atrás para el género humano, por lo que ya no se hace necesaria una institución como el Estado-nación, tal y como se había entendido hasta ahora, especialmente, su función de garantizar unos mínimos derechos sociales (Estado del bienestar), pues esto sólo supone un gasto totalmente prescindible para las élites y un obstáculo a sus deseos de un mayor nivel de explotación de los seres humanos.
Resumiendo, los Estados-nación fueron, en su tiempo, una herramienta necesaria y muy útil a las clases dominantes para conseguir nuestra adaptación y encadenamiento progresivo al sistema de producción industrial y a las relaciones sociales basadas en el intercambio de dinero. Estos objetivos han sido alcanzados con total éxito y nuestra dependencia de tales sistemas es prácticamente total, por ello, la pervivencia de los Estados-nación, tal y como eran entendidos hasta ahora, sólo supone un gasto prescindible y un lastre que impide a la oligarquía reinante conseguir una mayor tasa de beneficios y un mayor grado de subordinación de la especie humana a sus intereses, debido a lo cual, y siguiendo la lógica del capitalismo, se hace necesaria su desaparición (o la reducción de sus funciones al mero papel de gendarme de la propiedad y la iniciativa privada, una función que también terminará por quedar en manos privadas), a la vez que se centraliza el poder, definitivamente, en instituciones supranacionales (ONU, FMI, BM…) que aseguren dicho salto hacia el fin de los antiguos Estados-nación y hacia un modelo de esclavitud globalizado, totalmente impune.
Para camuflar este nueva vuelta de tuerca a nuestra condición de esclavos, la clase dominante está utilizando unos métodos muy parecidos (indignados) a los utilizados en su día para la Revolución Francesa (miserables 7), disfrazando como demandas populares lo que no es otra cosa que las ansias enfermizas de poder de unos pocos. Pues como decía Edward L Bernays, el padre de la moderna ingeniería social “cuando queremos modificar la actitud o incidir en algún comportamiento, después de examinar las fuentes de las creencias establecidas, se debe, o bien desacreditar las viejas autoridades, o bien crear nuevas autoridades articulando una corriente de opinión contra la vieja creencia o a favor de la nueva” (8). En este sentido, el 15-M realizaría las funciones de “desacreditador” de las viejas autoridades y de demandante de otras nuevas.
Nos hayamos ante un cambio de régimen, en toda regla. Desgraciadamente, éste no será el último producto de la ingeniería social capitalista para impulsar su Revolución Minarquista, y la destrucción de los actuales Estados-nación en pro de un gobierno mundial oligárquico-esclavista, aún nos queda por ver cosas mucho más chuscas y obscenas, pues esto no ha hecho más que empezar.
¿Buscas una solución? La cosa está muy difícil, pero si decidimos hacer lo posible por recuperar nuestra esencia humana e intentamos imaginar formas de vida más acordes con nuestra naturaleza que las actuales sociedades industriales, quizás podamos conseguir algo.
Termino haciendo mía una frase de Wilheim Reich: “Revolución no significa conciliábulos clandestinos ni distribución de propaganda ilegal, sino una llamada abierta y pública a la conciencia humana sin rodeos ni subterfugios” (9).
Notas:
(1) Biografía de Napoleón de Emil Ludwig.
(2) “Ingeniería del consentimiento”, de Edward L. Bernays.
(3) Recomiendo la lectura del libro “Falso terrorismo made in USA” de Webster G Tarpley.
(4) Definición de anarcocapitalismo por la Wikipedia http://es.wikipedia.org/wiki/Anarcocapitalismo(4bis) Definición de minarquismo por la Wikipedia http://es.wikipedia.org/wiki/Minarquismo
(5) Acceso al Informe Transforma España http://www.transformaespaña.es/images/stories/Informe_te.pdf
(6) Consultar el libro de Félix Rodrigo Mora “Naturaleza, ruralidad y civilización”.
(7) Referencia al término utilizado por el escritor francés Víctor Hugo, para calificar la situación de las masas durante el Antiguo Régimen y justificar la necesidad de las revoluciones burguesas del siglo XVIII, que instalaron los Estados burgueses.
(8) “Cristalizando las relaciones públicas”, de Edward L. Bernays.
(9) Prólogo a la tercera edición de “La Revolución sexual” de Wilheim Reich.
Fuente: Antimperialista