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viernes, 8 de julio de 2011

Historia de la III Internacional


El 25 de octubre de 1917, las masas de obreros, soldados y campesinos, dirigidos por el Partido bolchevique, toman el poder en Rusia, instaurando la República Socialista Soviética.

No es causal que la Revolución triunfara en primer lugar en este país, ya que, desde principios de siglo, los antagonismos sociales, políticos y nacionales habían alcanzado en él la máxima profundidad. La guerra imperialista acentuó aún más todas estas contradicciones y, en febrero de 1917, los obreros y soldados derrocaron a la monarquía zarista. Siguiendo la tradición revolucionaria de 1905, se constituyeron los soviets de diputados obreros, campesinos y soldados.

El Gobierno Provisional burgués salido de esta revolución frustró todas las esperanzas que las masas tenían puestas en esta victoria. El Partido bolchevique denunció al Gobierno Provisional y lanzó la consigna ¡Todo el poder a los Soviets! El movimiento revolucionario sacudió todo el país. El Partido Comunista, dirigido por Lenin, organiza y llama a la insurrección, que estalla en octubre.

En cuatro días, el poder soviético decretó la paz, confiscó las tierras de los grandes terratenientes y las distribuyó entre los campesinos, y reconoció el derecho de las naciones a la autodeterminación...


La Revolución Socialista de Octubre confirmó la teoría marxista de la lucha de clases, de la inevitabilidad de la derrota del capitalismo por medio de la insurrección de las masas obreras y campesinas dirigidas por el partido proletario, y de la instauración de la dictadura del proletariado. El nuevo Estado soviético se convertía así en un modelo a seguir por el proletariado internacional.

La Revolución rusa es la primera de una serie de revoluciones que estremecieron Europa. Al finalizar la I Guerra Mundial, el movimiento revolucionario se hace más extenso y mejor organizado, especialmente en los países que habían participado en la contienda. A lo largo de 1918, tienen lugar insurrecciones de obreros y soldados en Alemania, que culminaron en 1919 con la implantación de la República Soviética de Baviera. Otro tanto ocurre en Finlandia, Hungría y Países Bálticos.

Pero el imperialismo no permanecía inactivo y muy pronto va a cerrar filas, disponiéndose a hacer frente al torrente revolucionario. Los imperialistas centran sus esfuerzos en acabar con la Rusia Soviética, cercándola, ayudando a los ejércitos contrarrevolucionarios e interviniendo militarmente.

Por otra parte, los socialchovinistas de la II Internacional redoblan sus ataques contra la Revolución de Octubre, contraponiéndole las excelencias de la democracia burguesa. Atemorizados por la amplitud que el movimiento revolucionario tomaba en Occidente, se apresuran a recomponer en 1919 la fracasada II Internacional, con lo que intentaban impedir la creación de la Internacional Comunista.

En lo que respecta a los jóvenes Partidos Comunistas de Occidente, fundados por los líderes de izquierda salidos de los partidos y sindicatos socialdemócratas, eran sumamente débiles en el aspecto ideológico y organizativo. Sus dirigentes cometían a menudo graves errores, principalmente de carácter sectario, que los enemigos de la revolución aprovechaban en su contra. No se podía lograr la victoria de las revoluciones socialistas sin partidos auténticamente revolucionarios, con una base teórica marxista-leninista.

En estas condiciones, la creación de una nueva organización comunista internacional se había convertido en una apremiante necesidad. Sobre la base de los grupos y organizaciones internacionalistas de izquierda (que se habían reunido en Zimmerwald y Kienthal) encabezadas por Lenin y el Partido bolchevique, en marzo de 1919 se celebra en Moscú el I Congreso de la III Internacional o Internacional Comunista.

En este Congreso, ante los intentos de la burguesía y sus agentes en el movimiento obrero por argumentar sus ataques contra la República de los Soviets, Lenin expuso en su informe las tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado: La historia enseña que ninguna clase oprimida llegó ni puede llegar a dominar sin un período de dictadura, es decir, sin conquistar el poder político y aplastar por la fuerza la resistencia más desesperada y más rabiosa que, sin detenerse ante ningún crimen, siempre han opuesto los explotadores (1). La burguesía conquistó el poder aplastando por la violencia a los reyes, los señores feudales, y sus tentativas de restauración. Así pues, la dictadura del proletariado no sólo es plenamente legítima [...] sino que es absolutamente necesaria (2). La forma de la dictadura del proletariado lograda ya en la práctica es el poder soviético en Rusia. Había, pues, que defender y propagar el sistema de los Soviets. Esta sería la tarea principal de los partidos comunistas en todos los países donde aún no existía el poder soviético.

Tras este primer Congreso, la afluencia a la Internacional de grupos y partidos fue enorme. La bandera del comunismo atraía a cuantos estaban desengañados por la traición de la II Internacional, aunque no todos estos grupos eran revolucionarios. Entre ellos, los llamados centristas, con Kautsky a la cabeza, mantenían posiciones oportunistas y trataban de conciliar las nuevas concepciones del movimiento comunista con las podridas ideas de los socialtraidores. Una de las concepciones propugnadas por estos centristas era la de combinar el parlamento burgués con el Poder Soviético, o lo que es lo mismo, unir la dictadura de la burguesía con la dictadura del proletariado. Semejante teoría suponía abandonar íntegramente la doctrina de la lucha de clases y pasarse directamente al campo de la burguesía. A decir de Lenin, éste fue el golpe de gracia asestado a la II Internacional.

Era, pues, necesario dejar sentados de una forma clara los principios comunistas, tanto para cortar el camino hacia la Internacional a estos grupos vacilantes, como para evitar que su falsa e inconsecuente aceptación trajera consecuencias desastrosas, como había ocurrido con la República Soviética de Hungría. En este país, socialdemócratas y comunistas se habían unido en un Partido, que tras tomar el poder del Estado, proclamó la dictadura del proletariado. Pero al no ser depurado este Partido de los elementos reformistas, se cometieron una serie de errores que facilitaron a la contrarrevolución la derrota de la República.

El eje central del II Congreso de la Internacional Comunista (1920) será la aprobación de los Estatutos y los 21 puntos a cumplir por los Partidos y Organizaciones que solicitasen su ingreso en ella: acatar los acuerdos de la Internacional, romper con el oportunismo, depurar a los elementos reformistas o centristas, crear un aparato clandestino del Partido y subordinar a él (al Comité Central) la actividad legal -la prensa, la actuación en el parlamento, etc.-, realizar propaganda en el ejército y el campo, luchar por la liberación de las colonias y contra el militarismo imperialista, etc.

En el plano internacional, el régimen burgués estaba pasando en todo el mundo por una grave crisis revolucionaria. El movimiento obrero había alcanzado cotas hasta entonces desconocidas y, además, sus mejores representantes habían comprendido los principios fundamentales de la Internacional Comunista: la dictadura del proletariado y el Poder Soviético, y estaban de su lado. Pero el movimiento comunista internacional, que crecía con inusitada rapidez, puso de manifiesto algunos errores o debilidades, entre los que destacaban la tendencia izquierdista que se estaba dando en muchos Partidos Comunistas como reacción a la política colaboracionista de los partidos socialdemócratas, y la transigencia con muchos viejos líderes reformistas, que habían mostrado su adhesión a los principios de la Internacional Comunista, pero que en realidad seguían desempeñando su papel de traidores.

Todo esto hacía que, a pesar de que las condiciones objetivas para la revolución estuvieran dadas y la situación económica y política seguía saturada de material inflamable, el proletariado no estuviera preparado aún para el ejercicio de la dictadura del proletariado. Por ello, la tarea principal de los Partidos Comunistas consistía en cohesionar las fuerzas dispersas, y formar en cada país un Partido Comunista único, a fin de acelerar la preparación de la conquista del poder del Estado.

Por otra parte, el Tratado de Versalles había legalizado el reparto del mundo entre las potencias vencedoras en la guerra imperialista, cercaba a la Rusia Soviética y alentaba el militarismo alemán y a las Repúblicas Balcánicas contra ella. Esto había traído consigo un fuerte movimiento de liberación en las colonias. La piedra angular de la Internacional Comunista en este sentido consistía en acercar a los proletarios de los países capitalistas desarrollados y a las masas trabajadoras de las naciones oprimidas para la lucha revolucionaria conjunta; además, en la Internacional se aprobó prestar todo tipo de ayuda a los movimientos revolucionarios de liberación nacional y se proclamó el derecho de autodeterminación de las naciones y de independencia de las colonias.

Tras el II Congreso se forman Partidos Comunistas en la mayoría de los países de Europa, Asia y América Latina. En estos momentos se produce un cambio en la situación internacional; por un lado, habían sido sofocados los intentos revolucionarios de tomar el poder (Alemania, Hungría, Finlandia, etc.), quedando en pie sólo la Rusia Soviética; por otro lado, los partidos comunistas recién creados eran aún muy débiles y no habían avanzado suficientemente en la consolidación de la alianza obrero-campesina.

Este cambio en la situación se constató en el III Congreso de la I. C. (1921), donde se vio que era necesario seguir una nueva táctica; se imponía realizar un repliegue para abordar tareas inaplazables y preparar después la ofensiva; Había que retroceder para saltar mejor (Lenin). Se aprobó la iniciativa, llevada a cabo en enero por los comunistas alemanes, de dirigirse a los demás partidos obreros y sindicatos con un llamamiento a acciones conjuntas por las reivindicaciones económicas y políticas inmediatas. Ello facilitaba el desenmascaramiento de las direcciones traidoras socialdemócratas y atraía hacia las filas revolucionarias a los obreros aún engañados por ellas. Se lanzó la consigna ¡A las masas!, con el objetivo de conseguir la influencia preponderante sobre la mayoría de la clase obrera y dedicar su parte más activa a la lucha revolucionaria.

En 1922 el fascismo sube al poder en Italia. En noviembre se reúne el IV Congreso de la I.C., que hizo un acertado análisis del régimen fascista y llamó a organizar contra él una fuerte lucha de masas, lo cual suponía avanzar en la unidad obrera. Se llamó a crear puntos de apoyo organizativos del frente único: comités de empresa, comités de acción, etc. Sin renunciar a negociar en algunos momentos con los dirigentes socialdemócratas, se remarcó que sólo se podía llegar a una verdadera realización del frente único partiendo desde abajo.

El V Congreso se celebró en 1924. El año anterior, la oleada revolucionaria comenzó a remitir tras la derrota de la insurrección alemana. El Congreso criticó a la dirección del partido alemán, que con sus vacilaciones y oportunismos de derecha había sido el principal responsable de la derrota. Se combatió la interpretación oportunista del frente único como una coalición con la socialdemocracia. Aunque el capitalismo iniciaba una etapa de relativa «estabilización», la Internacional hizo una llamada a la bolchevización de los partidos comunistas para prepararse ante las batallas de clase que se prevenían no muy lejanas.

En el VI Congreso ya se advirtió sobre una nueva ofensiva del capitalismo, señalando que durante el período de estabilización se habían agravado todas las contradicciones del régimen burgués. Se avecinaba una nueva crisis económica. A Bulgaria e Italia fascistas se unen Yugoslavia y Albania, y el mismo peligro se cierne sobre otros países.

En 1929 estalla una crisis económica sin precedentes, que alcanzó a todos los países capitalistas, especialmente a los EE.UU. Creció el paro y la miseria, mientras se destruían ingentes cantidades de artículos y se cerraban las fábricas. Los antagonismos de clase volvían a adquirir gran virulencia; los socialdemócratas se vieron desbordados por el auge del movimiento de masas.

En 1933, el fascismo sube al poder en Alemania. Hitler desencadena una sangrienta represión contra los trabajadores y los partidos obreros, al tiempo que prepara a Alemania para una nueva guerra por el reparto del mundo. Los demás países capitalistas apoyarán estos planes agresivos, orientándolos contra la URSS. En 1934, son derrotadas las insurrecciones en Austria y España (Asturias), pero en Francia e Italia los comunistas obtienen importantes avances en la aplicación de la táctica de frente único, al tiempo que encabezan poderosas movilizaciones antifascistas.

El VII y último Congreso de la Internacional Comunista se reúne en 1935. En el Informe, presentado por el dirigente comunista búlgaro Jorge Dimitrov, se alertaba sobre la ofensiva general del fascismo, que había subido al poder en gran cantidad de países y amenazaba a otros.

En las tesis fundamentales de su Informe, el dirigente búlgaro destaca que la gran burguesía necesita al fascismo para poder descargar la crisis económica sobre los trabajadores, buscar un nuevo reparto del mundo por medio de la guerra y atacar a la URSS. En el fondo, el fascismo revela la extrema debilidad de la burguesía, pero al mismo tiempo, pone de manifiesto la desorganización e impotencia del proletariado en los países en los que logra imponerse. Dimitrov definió al fascismo como la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero (3).

La socialdemocracia se oponía a la constitución de frentes populares porque eso supondría una provocación al fascismo. El Secretario General de la Internacional les acusó de ocultar la verdadera naturaleza del fascismo y de escindir y desarmar al proletariado ante la ofensiva ultrarreaccionaria del gran capital. También señaló que el fascismo, allí donde consigue imponerse, no resuelve ningún problema, sino que agudiza al máximo todas las contradicciones. Al fascismo se le puede frenar combatiéndole resueltamente por medio de un amplio frente antifascista formado por los obreros, los campesinos y la pequeña burguesía, sobre la base de un frente único del proletariado y un Partido Comunista fuerte. Por último, Dimitrov destacó como aliado del proletariado al amplio movimiento antiimperialista que, desde la Revolución de Octubre, se venía desarrollando en la India, China, Afganistán Irán...

Los acontecimientos vinieron a confirmar la justeza de las resoluciones del VII Congreso. En Francia y España, los Frentes Populares alcanzaron resonantes victorias; en China se formó un Frente Antijaponés entre el PCCh y el Kuomintang, en Chile y otros países de Sudamérica se constituyeron Frentes Populares.

Sin embargo, la política de apaciguamiento de los países capitalistas y las vacilaciones de los socialdemócratas favorecieron los planes agresivos del fascismo. Italia ataca Abisinia en 1935; en 1936, estalla la sublevación militar fascista en España con la descarada intervención de Alemania e Italia; en 1937, Japón invade China. Se dio forma al Eje Berlín-Roma-Tokio. En 1938, los alemanes ocupan Austria y Checoslovaquia y el mismo año se firma el vergonzoso Pacto de Munich, que venía a ser una capitulación en toda regla de los países capitalistas ante los agresores nazis.

A pesar de los esfuerzos de la Internacional Comunista y de la URSS, la guerra se desencadenó. En 1939, Alemania invade Polonia y en un año ocupa toda Europa Occidental excepto la Península Ibérica. En 1941, se produce la agresión hitleriana contra la URSS. La guerra hizo mucho más compleja la labor de los partidos comunistas. Estos se habían desarrollado y fortalecido ideológicamente y ya eran capaces de llevar adelante con independencia sus propias tareas. Por último, las previsiones de la Internacional Comunista se habían cumplido de sobra: no sólo se habían formado Frentes Populares en numerosos países, sino que todo un Frente Antifascista Mundial, con la URSS a la cabeza, estaba combatiendo con las armas en la mano al fascismo.

En 1943 se celebraron las Conferencias de Moscú y Teherán, con la participación de la URSS, los EE.UU. e Inglaterra, en las que se selló la alianza para la derrota de los agresores nazifascistas y se acordó la creación, tras la guerra, de una Organización Mundial para preservar la paz (más tarde sería la ONU). Teniendo en cuenta las nuevas circunstancias y el hecho de que la presencia de la Internacional Comunista despertaba los recelos de los países capitalistas aliados, en mayo de 1943 el Presídium de la Internacional decidió disolverla.

La III Internacional había cumplido su misión histórica: restauró y fortaleció los vínculos entre los trabajadores de los distintos países, elaboró las cuestiones teóricas del movimiento obrero en las nuevas condiciones creadas por el imperialismo y la I Guerra Mundial, incorporando las tesis leninistas y defendiendo la doctrina marxista frente a las deformaciones del oportunismo. De este modo transformó los partidos obreros en Partidos Comunistas de masas, capaces de llevar adelante la lucha contra el fascismo y por la revolución socialista en cada país.

NOTAS
(1) V. I. Lenin: I Congreso de la Internacional Comunista
(2) V. I. Lenin: I Congreso de la Internacional Comunista
(3) J. Dimitrov: Contra el fascismo

Tomado de Antorcha, revista censurada del PCE(r)