Biskek, capital de Kirguistán
La nación es para Washington, esencialmente, un enclave militar —arrendado por 60 millones de dólares— de donde parten los principales abastecimientos para los más de 50 000 soldados de EE.UU. en todo el territorio afgano.
La caída del gobierno encabezado por Kurmanbek Bakiyev en Kirguistán, los 84 muertos y más de 1 500 heridos que la ola de protestas antigubernamentales dejó a su paso, incluso, la constitución de un gobierno interino, tienen sin cuidado a la Casa Blanca. Lo que realmente importa es que la nueva y compleja situación no pone en peligro su presencia en la base militar de Manas, indispensable para el sostenimiento de la guerra y ocupación en Afganistán.
El anuncio de elecciones para el próximo 10 de octubre por parte del gobierno interino y, casi al unísono el desmentido de Bakiyev sobre su supuesta renuncia y la apertura de una investigación en su contra por tenencia de dinero «posiblemente ilícito», o los cargos de «asesinatos masivos», solo le ponen un poco de pimienta a un panorama en el que están en juego no pocos intereses estratégicos. Para Washington esencialmente se trata del enclave militar —arrendado por 60 millones de dólares— de donde parten los principales abastecimientos para los más de 50 000 soldados de EE.UU. en todo el territorio afgano...
La presidenta interina de Kirguistán, Roza Otunbayeva, ex canciller, quien se desempeñó como embajadora en EE.UU. durante dos gobiernos, aseguró al The Washington Post que el contrato actual, el cual técnicamente expirará en julio, se prolongará más allá de esa fecha. La agencia IPS destacó que esta decisión estaría sustentada, según Otunbayeva, en la intensa agenda política de su gabinete.
No se puede olvidar que hace menos de un año EE.UU. tuvo que hacer malabares para quedarse con la base aérea de Manas, desde donde parten los aviones que bombardean Afganistán o Paquistán, ya sabemos que le da lo mismo un lado u otro de la frontera. Tanto les importa ese emplazamiento, que aceptó el aumento del precio del arrendamiento del territorio de 20 a 67 millones en medio de la crisis económica mundial.
Según como se movieron los hilos del poder, la crisis debió terminar con la salida de Bakiyev del país. Así fue pactado a través de la mediación de los presidentes de Kazajstán, Nursultan Nazarbayev, quien ocupa la presidencia rotatoria de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), Dimitri Medvedev, de Rusia, y Barack Obama, de EE.UU, aunque en el «arreglo» intervinieron también la ONU y la Unión Europea. Con lo convenido se evitaría otro baño de sangre en esa nación y ese fue el argumento principal del acuerdo. Pero después de las más recientes declaraciones del político kirguís desde Belarús, el futuro de los acontecimientos es absolutamente incierto. Bakiyev aseguró primero que no había renunciado y que no habría fuerza capaz de hacerlo. Pero más recientemente dijo que no pretendía volver como presidente.
Mientras, para limpiar una imagen que siempre termina maltrecha por su naturaleza imperial, el secretario de Estado adjunto de EE.UU. para Asia central y meridional, Robert Blake, aseguró que Washington «postergó», cuando inició la ola de protestas antigubernamentales, las reuniones con la delegación de Kirguistán encabezada por el hijo de Bakiyev —Maxim— quien fue, nada más y nada menos, el beneficiario de contratos del Pentágono para apertrechar a la base de Manas de combustible para aviones y otros servicios, de acuerdo con un reporte de Jim Lobe para IPS.
Y también, por si acaso, Blake agregó que Washington estaba listo para «brindar asistencia técnica y de otro tipo» para la realización de nuevas elecciones, así como otras medidas «para crear una democracia que pueda servir de modelo» para toda Asia —el gran salvador otra vez y siempre—, sin dejar de recordar los 60 millones de dólares a pagar por la base.
Directo y ambiguo a la vez. Una vez más la carta estaba bajo la manga para quedarse allí: un país absolutamente estratégico. Y, además, respiran aliviados…
Nyliam Vázquez García
Tomado de Juventud Rebelde