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domingo, 29 de noviembre de 2009

Un tribunal internacional juzgará el genocidio camboyano


Pol Pot

Tras escapar del régimen de Kampuchea Democrática, el camboyano Haing S. Ngor inició su carrera como actor en Hollywood a principios de la década de los ochenta.

El productor David Puttman convirtió a Ngor en la estrella de la película Los gritos del silencio, con un guión inspirado en el reportaje Vida y muerte de Dith Pran que publicó en 1976 el periodista Sydney Schamberg en el New York Times, con el que obtuvo el Premio Pulitzer.

Aún no había transcurrido un año de gobierno de los jemeres rojos (1975-1979) y los imperialistas ya hablaban de un supuesto genocidio en Camboya. En aquel momento el país asiático tenía cortadas casi todas las comunicaciones con el mundo exterior. En 1978 no llegaban a diez las embajadas abiertas en Pnom Penh.

En la película el actor camboyano interpreta al fotógrafo y refugiado Dith Pran. No sabemos si fue por su trabajo artístico en la película, pero en 1984 obtuvo los premios al mejor actor novel en los premios anuales de la Academia Británica de Artes Cinematográficas y Televisión. Al año siguiente Ngor ganó el Óscar al mejor actor secundario.

Puesto en el candelero de Hollywood, a partir de entonces Ngor se lanzó a denunciar el genocidio de los jemeres rojos. Para convertirse en estrella política nada mejor que convertirse antes en una estrella del celuloide.

También nos enternece esa preocupación de la fábrica de sueños estadounidense por los derechos humanos. El 98 por ciento de las películas de Hollywood tratan sobre crímenes, asesinatos, brutalidades y todo tipo de violencias contra las personas, pero aquella vez era como si hubieran puesto a todos los muertos sobre la misma mesa. Además el asesino no se descubría al final sino que era conocido desde el principio: el malo de la película era Pol Pot.

Hablar del genocidio de los jemeres rojos se ha convertido ya en un tópico comúnmente aceptado, pero ¿dónde acaba la ficción de Hollywood y empieza la realidad?

El tercer tribunal internacional

Ya se sabe que la vida imita al cine y, como dicen los buenos periodistas, no hay que dejar que la realidad nos fastidie un buen artículo. Por eso, transcurrido un cuarto de siglo, en 2001, la ONU y el gobierno de Camboya se ponen de acuerdo para formar un Tribunal Penal Internacional que juzgue a los responsables del genocidio de los jemeres rojos. Es el tercero después del Tribunal de La Haya para la antigua Yugoslavia y del Tribunal para Ruanda, que se reúne en Kenia. Es el primero que se celebra en el mismo país donde se cometieron los crímenes.

Ya sabemos la credibilidad que nos merecen ese tipo de tinglados judiciales...

Transcurren otros cinco años más hasta que el 2 de julio de 2006 Camboya inaugura solemnemente el tribunal que juzgará a los dirigentes jemeres rojos, cuyas sesiones comenzarán a mediados de 2007.

Quizá para entonces ya no haga falta el tribunal porque todos los acusados se han muerto. Pocos días después de tan solemne inauguración, uno de los convictos, Ta Mok, dirigente militar de los jemeres rojos, fallecía a los 82 años de edad en un hospital de Phnom Penh, en el que estaba internado desde finales de junio. Cuando tras la invasión vietnamita de 1979 los jemeres rojos se retiraron a zonas inaccesibles del país, fue Ta Mok quien detuvo a Pol Pot para liquidar la resistencia. Pero su traición no le dio patente de corso: en marzo de 1999 fue detenido y, tres años después, acusado formalmente de crímenes contra la humanidad. Por tanto, primero le detuvieron y luego se inventaron un tribunal para juzgarlo y, entre tanto, siete años en prisión preventiva, hasta que, como Milosevic, murió en los brazos de sus jueces y fiscales.

Ta Mok iba a ser una de las estrellas del Tribunal Internacional y si tardan un poco más quizá se mueran todos los demás acusados y testigos. Así se encubrirá un asunto enojoso de una forma elegante. Era el único que estaba encarcelado junto con Kang Kek Ieu, alias Duch, de 64 años de edad, que dirigió la prisión de Tuol Sleng, una antigua escuela, también llamada S-21, no muy lejos de Phnom Penh. Los presos de aquella cárcel eran en su mayoría miembros del Angkar Loeu (La Organización Suprema) acusados de traición y de ser agentes enemigos. Duch era el jefe de la policía política interna del Angkar. Por tanto, fue quien ordenó torturar a todos aquellos que entraron detenidos, a quienes luego ejecutaron en su mayor parte.

Si no mueren antes también pueden ser candidatos a comparecer en el juicio del año que viene el vicepresidente del Angkar, Nuon Chea, con problemas cardíacos y hoy dedicado a cuidar el jardín de su casa. Nuon Chea expresó a la agencia AP que se presentará con gusto ante el tribunal para aclarar el pasado. El antiguo canciller Ieng Sary, de 77 años, cuñado de Pol Pot, número tres del Angkar y ministro de Asuntos Exteriores durante el régimen de los jemeres rojos, también vive libremente en Camboya. Fue exculpado en 1996 cuando se rindió a los vietnamitas con su ejército de 4.000 guerrilleros y posee una villa suntuosa en Phnom Penh. Lo mismo sucede con el príncipe Norodom Sihanuk, primer Jefe del Estado de Kampuchea Democrática, y su sucesor en el cargo, Jieu Samphan, ahora con 75 años.

Nadie ha ofrecido explicaciones de los motivos por los que unos están encarcelados y otros en libertad, ni por qué unos están acusados y otros no. Tampoco la ONU ha explicado por qué estuvo dando trabajo y encubriendo bajo nombre supuesto a Kang Kek Ieu durante décadas. Durante 16 años la ONU (es decir, el mundo entero) rechazó repetidamente desposeer a los jemeres rojos del escaño correspondiente a Camboya en la Asamblea General. La ONU, Estados Unidos, China, Japón, Europa Occidental y los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático reconocieron siempre al Gobierno de Coalición de Kampuchea Democrática (GCKD), del que formaban parte los jemeres rojos, como el único Gobierno legítimo de Camboya.

El genocidio camboyano

Los que hablan y escriben sobre Camboya no saben nada porque las fuentes históricas son muy escasas, difíciles de encontrar y muy poco fiables, por no decir nada fiables. Pero hoy eso es posible porque se puede hablar del asunto sin necesidad de demostrar nada ni de elaborar ninguna clase de precisiones. Nadie va rebatir nada de lo que se pueda afirmar. En consecuencia, no es necesario investigar, ni preguntar, ni pensar siquiera; basta con repetir de memoria lo que escuchamos a cada paso. Incluso si alguien trata de matizar parece que quiere minimizar o justificar al régimen de Pol Pot.

La prensa habla de millones de muertos en un país que sólo contaba con ocho millones de habitantes, de modo que -si fuera cierto- eso más bien parecería una guerra civil en la que unos se mataban a otros por las calles, porque ese tipo de crímenes masivos no son tan fáciles de cometer.

En un momento en el que recortaban las partidas presupuestarias destinadas a la investigación, Clinton destinó millones de dólares para la realización de un estudio sobre el genocidio camboyano bajo la dirección de Ben Kiernan, de la Universidad de Yale. Fue Kiernan quien sugirió una cifra de 1'5 de millones de personas muertas por hambre, enfermedad y ejecuciones durante el gobierno de Kampuchea Democrática, es decir, entre 1975 y 1979.

Estas cifras son más que dudosas. Tanto el gobierno camboyano pro-imperialista anterior a 1975 como el gobierno pro-vietnamita posterior a 1979 estaban interesados en exagerar las cifras. No existía ningún censo previo de la población y aquellos fueron años de guerra. Las cifras no las obtuvo Kiernan contando cabezas. Sin ninguna comprobación aceptó los datos de un investigador privado, Michael Vickery, quien, a su vez, utilizó las estadísticas de la CIA y fijó el número de muertes por diferentes causas en 800.000 (1).

En febrero de 1996, la Comisión Norteamericana de Investigación sobre el Genocidio Camboyano asumió las cifras dadas por los vietnamitas de 3'3 millones de muertos, que son las mismas que difundieron entonces los revisionistas soviéticos (2). Nada menos que un 40 por ciento de la población. Demasiadas muertes para ser verdad.

Las cifras de los imperialistas y las de los vietnamitas ni nos convencen ni les concedemos ningún rigor. Aún suponiendo que todos los supervivientes del genocidio estuvieran implicados en el mismo, es materialmente imposible que 4'7 millones de personas maten a las 3'3 millones restantes. Eso sería una guerra civil, no un genocidio. Ni siquiera los nazis en la II Guerra Mundial consiguieron alcanzar esas cifras aunque, al más puro estilo prusiano, crearon toda una gigantesca burocracia para lograrlo.

En una entrevista publicada el 23 octubre de 1997, Ta Mok dijo a la Far Eastern Economic Review: Es obvio que Pol Pot cometió crímenes contra la humanidad. No estoy de acuerdo con las cifras norteamericanas de millones de muertes. Pero cientos de miles, sí. El problema es que cientos de miles no da una primera plana ni un titular a la prensa ni a Hollywood. Necesariamente hay que decir que son millones, sin caer en la cuenta que cientos de miles en un país tan poco poblado como Camboya son muchos millones en términos relativos. Ta Mok decía también que los crímenes no los había cometido él, sino Pol Pot. Si le hubieran preguntado, posiblemente hubiera dicho que él ni siquiera sabía nada de esa masacre... También eso es increíble.

Un representante del Departamento de Estado, H.Carter, dijo en 1979 en Saint Paul, Estado de Minessota, que en Camboya habían muerto decenas de miles de personas durante el gobierno de los jemeres rojos.

Demasiadas divergencias para admitir algo de esto.

Las cifras resultan todavía mucho más insólitas si tenemos en cuenta que Kampuchea Democrática fue un régimen político que sólo se sostuvo en el poder 44 meses, lo que nos da un ritmo de 75.000 asesinatos al mes.

En el colmo de nuestro asombro, pretenden hacernos creer, además, que todas esas muertes se produjeron por medios primitivos, a golpes, con cadenas de bicicleta, martillos, cuchillos, palos, azadones o asfixiados con bolsas de plástico en la cabeza.

Por supuesto, nadie ha ofrecido ninguna explicación -si es que existe- de los motivos de todos esos muertos, y resulta absolutamente inconcebible que fueran fruto de la demencia, de un delirio criminal de los dirigentes de Kampuchea Democrática. Ese tipo de explicaciones las dejamos para las películas de Hollywood.

Sabemos que en la prisión de Tuol Sleng se conservan archivos detallados de cada prisionero, su origen de clase y sus declaraciones, porque las confesiones detalladas eran el principal propósito de la cárcel. Los vietnamitas, después de invadir Camboya en 1979, convirtieron Tuol Sleng en museo y lo utilizaron para desacreditar al Angkar pero jamás afirmaron que aquellos documentos se falsificaran. Ieng Sary confirmó la autenticidad de algunos documentos y Kang Kek Iey corroboró su contenido básico y verificó su firma en algunos de ellos.

Al lado mismo del horror está la información, y cuando nos hablan de una cosa pero no de la otra, es como para desconfiar.

Los imperialistas y vietnamitas mienten por la misma razón. Los primeros porque invadieron el país en 1970; los segundos porque lo invadieron nueve años más tarde. Estos últimos trataron de justificar su invasión diciendo que lo hacían obligados para salvar a los camboyanos -de los que medio millón eran de origen vietnamita- del genocidio; fueron los primeros que hablaron de él. A la contra, los imperialistas se callan para no reconocer que tras 1979 ellos también apoyaron a los genocidas jemeres rojos porque era una manera de tomarse la revancha contra Vietnam.

Así se ha producido un curioso fenómeno histórico de convergencia y acuerdo pleno sobre el asunto. Además, el gobierno de Kampuchea Democrática no tiene defensores, ni siquiera sus máximos dirigentes de entonces han alzado la voz para desmentirlo. No existen polpotistas. Incluso Hitler tuvo sus seguidores después de muerto y algunos aún le defienden o le justifican. Pero Kampuchea Democrática no tuvo ni tiene partidarios por lo que no podemos conocer sus puntos de vista y sus argumentos (si los hay). No existe una edición de las Obras Escogidas de Pol Pot.

Naturalmente que todo intento de defender a quien no quiere defenderse a sí mismo es absurdo. Pero aunque todos callen, eso no nos exime a nosotros de rebuscar lo que haga falta en busca de la verdad de lo sucedido, porque la verdad siempre es revolucionaria.

El auténtico genocidio

La campaña en torno al genocidio camboyano tiene un objetivo claro: dar la impresión de que las fuerzas que expulsaron a los imperialistas del sudeste de Asia eran peores que los propios imperialistas; la liberación no merece la pena; es peor que los males sociales que dice remediar.

Sin embargo, las acusaciones de genocidio de los imperalistas estadounidenses lanzadas contra los antiguos dirigentes de Kampuchea Democrática sólo intentan dar la vuelta a la historia, porque si alguien debe ser juzgado por genocidio en el sudeste de Asia, deben ser los imperialistas.

La guerra que libraron los tres pueblos indochinos (Vietnam, Camboya y Laos) contra los imperialistas fue justa. Los imperialistas dejaron tres países literalmente arrasados. Por crítica que sea la opinión que se tenga acerca del régimen de los jeremes rojos, lo cierto es que tuvieron que ocuparse del horror que los imperialistas dejaron tras de sí.

Ahora bien, los comunistas no admitimos la tortura bajo ningún pretexto, ni podemos aceptar el argumento que absuelve una lista de crímenes declarando que la de otro bando fue más larga. Pero incluso en esos términos (las propias cifras de muertes) los imperialistas se llevan el premio a los mayores criminales. Su guerra en Indochina se encuentra entre los más sangrientos crímenes que el mundo ha visto. Los imperialistas estadounidenses y sus aliados soltaron tres veces más bombas sobre Vietnam que durante toda la II Guerra Mundial. Por lo menos asesinaron a dos millones de vietnamitas y generaron diez millones de refugiados en aquel país. En Camboya, dieron un golpe de Estado en 1970, instalaron un gobierno títere y después enviaron sus tropas. Los bombardeos de saturación desde los aviones B-52 continuaron casi sin interrupción más de tres años. Medio millón de toneladas de explosivos y napalm devastaron el campo, provocando una hambruna sin precedentes. En esa guerra murieron un millón de camboyanos.

Esto es lo verdaderamente importante en todo este asunto.

No obstante, el Programa de Clinton sobre el genocidio en Camboya no lo considera parte integrante de su cometido.

Unos budistas fervientes

Los revisionistas soviéticos acusaron a los jemeres rojos de ser maoístas y los imperialistas dijeron que eran comunistas.

En realidad, en Camboya fueron los monjes budistas los que, desde el siglo XIX, encabezaron las guerras anticoloniales contra Francia. Como los franceses no crearon escuelas, el budismo fue allí la única vía educativa. Se convirtió en el centro de la vida intelectual y en la única institución nacional, aparte de la monarquía. La mayoría de los jóvenes camboyanos pasaban varios años recluidos en los monasterios. En los años 30 y 40 los templos se convirtieron en centros de resistencia nacional, primero contra los franceses y después contra los japoneses. Las diversas tendencias políticas del movimiento de liberación nacional reclutaron a sus militantes entre los monjes budistas.

Al fundarse el Partido Comunista de Indochina en 1930, algunos camboyanos formaron parte integrante del mismo. Pero en su mayor parte aquellos comunistas camboyanos eran vietnamitas emigrantes. Cuando en 1951 el Partido Comunista de Indochina se disolvió y se crearon diferentes partidos en cada país, los propios vietnamitas aconsejaron crear en 1960 en Camboya una organización de frente único, el Partido Revolucionario del Pueblo Jemer, en lugar de un partido comunista. Del mismo modo, en lugar de formar su propio ejército, unido en torno a las tareas inmediatas de la revolución y también principal campo de entrenamiento en las metas a largo plazo y en la ideología del comunismo, trabajaron con los guerrilleros budistas y nacionalistas Issarak que habían surgido de la lucha contra Japón. Durante las siguientes dos décadas muchos cuadros y dirigentes del Partido Revolucionario del Pueblo Jemer eran antiguos monjes y su ideología era exclusivamente nacionalista. El movimiento Issarak tuvo mucho arraigo entre las masas y sus fuerzas combatientes se contaron por miles. Entre ellos no se llamaban camaradas sino hermanos, como en los monasterios: Pol Pot era el hermano número uno, Nuon Chea era el hermano número dos, y así sucesivamente.

Tras el golpe de Estado de 1970, los monárquicos, los jemeres rojos y diversas fuerzas nacionalistas, hasta entonces enfrentadas, se integraron en el Frente Unido Nacional de Kampuchea (FUNK) dirigido por el príncipe depuesto Norodom Sihanuk.

Por tanto, independientemente del nombre que la organización adoptara en cada momento, en Camboya no existió un partido comunista sino un amplio movimiento de liberación nacional resultado de la agrupación de diversas fuerzas políticas enfrentadas al imperialismo. Hoy nadie quiere recordar que tras la victoria de 1975, Kampuchea Democrática era una monarquía encabezada por Sihanuk. Tampoco que el Angkar incluía rasgos claramente chovinistas, que su actitud hacia todo lo extranjero era despectiva. Se creían tan avanzados que habían sobrepasado a Lenin y dejado atrás a Mao, dirigiendo una revolución tan única que es mejor no aprender nada de la experiencia extranjera.

La verdadera naturaleza de sus dirigentes se demuestra no sólo por su origen religioso sino por su ideología, por el programa político implementado cuando estuvieron en el poder entre 1975 y 1979 y por el destino final de todos ellos, que retornaron a la religión de donde provenían. Otros se reconvirtieron al cristianismo: según un artículo de The Observer de 2004, al menos 2.000 jemeres rojos se habían convertido al cristianismo evangelista.

Tras la invasión vietnamita de 1979, a las zonas que ocupaba la guerrilla llegaron misioneros evangelistas, predicando a unos jemeres rojos que hacía 20 años que habían abandonado el budismo. Formaban parte de la avanzadilla imperialista que trataba de contrarrestar la presencia vietnamita en Camboya y su sintonía con los jemeres rojos fue total, no solamente por los antecedentes religiosos de éstos sino también por su común objetivo de combatir a los vietnamitas.

Por ejemplo, Lun Lung, empezó de guardaespaldas personal de un dirigente jemer rojo, luego se convirtió en un propagandista del régimen, dirigiendo una radio de la Kampuchea Democrática. Hace pocos años se bautizó y ahora dirige Radio Pailin, que incluye un programa cristiano.

El hermano número dos del Angkar, Nuon Chea, es hoy es un ferviente budista. Aunque se encuentra en prisión, el carcelero Kank Kek Ieu, es desde 1992 otro devoto cristiano. Cuando, después de 20 años desaparecido, los periodistas de la revista Far Eastern Economic Review le entrevistaron en 1997, trabajaba con nombre falso como asistente médico en un campo de refugiados del American Refugee Committee en el norte de Camboya. Kang Kek Ieu reconoció haber participado en torturas, asesinatos y crímenes contra la humanidad y estar preparado para testificar contra otros dirigentes jemeres rojos. También explicó que se había reconvertido al cristianismo evangelista y que era un cristiano renacido.

En agosto de 1976 los dirigentes de Kampuchea Democrática acudieron a la conferencia de países no alineados celebrada en Colombo, en Sri Lanka. Los budistas ceilaneses, incluso la piadosa población de Kandy, donde se encuentran las reliquias de Buda, aclamaron a los jemeres rojos. Fue algo insólito.

Por todo ello, no sabemos en virtud de qué o de quién se incluye a Pol Pot y a los jemeres rojos dentro del movimiento comunista internacional o del maoísmo, como afirmaban los revisionistas soviéticos. Como con todos los tránsfugas, no sabemos cuándo pasaron del budismo al comunismo, ni luego cómo regresaron otra vez del comunismo al budismo (o al cristianismo). Tampoco somos capaces de averiguar cómo todo eso se adereza con el condimento nacionalista y el chovinismo. Hoy hay muchas organizaciones, colectivos y grupos que se autodenominan comunistas, como se puede comprobar en los enlaces de algunas páginas de internet. Pero en 1977 la situación era mucho peor, una verdadera plaga, no sólo en los países desarrollados sino muy especialmente en el Tercer Mundo. Es muy característico de los nacionalistas: las organizaciones que habían logrado la independencia de sus países, como los jemeres rojos, volvieron la espalda a las antiguas metrópolis capitalistas que los habían sometido a una condición colonial y buscaron apoyo en los países del bloque socialista, adoptando cuantos ademanes y poses seudocomunistas eran necesarios para ello.

En setiembre de 1977 los del Angkar hicieron lo mismo y pasaron a autodenominarse Partido Comunista de Kampuchea en un contexto político muy significativo, durante un viaje a Beijing para vistar a Deng Xiaoping y los revisionistas chinos que, justo un año antes, habían dado un golpe de Estado. La política de los revisionistas chinos era reactiva frente a la de los revisionistas soviéticos. Si éstos se apoyaban en India, aquellos se apoyaban en Pakistán; si unos apostaban por los golpistas argentinos, los otros lo hacían por los chilenos. Así Kampuchea Democrática mantuvo buenas relaciones con China porque Vietnam mantenía buenas relaciones con la Unión Soviética (o a la inversa, que tanto da).

Kampuchea Democrática recibió cantidades importantes de ayuda de China durante y después de la guerra. El primer cargamento de comida llegó menos de una semana después de la liberación. Para mediados de septiembre, China ofreció mil millones de dólares de ayuda económica sin intereses, incluyendo una donación de 20 millones de dólares, la mayor ayuda que China había otorgado jamás a otro país. Sin embargo, como buenos nacionalistas, los jemeres rojos siempre confiaron en sus propios recursos internos. Por ejemplo, leyendo los escasos discursos internacionales de Ieng Sary, aparecen muchas veces las ideas ligadas a la independencia, entendidas además como autosuficiencia, pero en ningún caso las del socialismo.

Aquel mes de setiembre de 1977, Pol Pot y otros dirigentes del Angkar fueron a Beijing y literalmente se arrojaron a los brazos de Deng Xiaoping en el aeropuerto. Entonces el hermano número uno pronunció un discurso en el que reveló públicamente que en realidad el Angkar era un partido comunista. Cambió el nombre de su organización e invocó el nombre de Mao nada menos que ante quienes estaban a punto de liquidar las conquistas de la revolución china en nombre del propio Mao. Al referirse a la historia de su partido, dijo: Nosotros también aprendimos de la experiencia de la revolución mundial y en particular de la obra del camarada Mao Tsetung, y la experiencia de la revolución china jugó un papel importante entonces (3).

Pol Pot decía lo que Deng Xiaoping y los suyos querían escuchar, y nada más, porque aunque su discurso fue transmitido por la radio china, no se retransmitió por la camboyana. Estaba destinado exclusivamente al consumo externo. Los camboyanos no tenían derecho a saber que lo que se hacía llamar Angkar era en realidad un partido autodenominado comunista, una práctica aberrante que no tiene nada de comunista y que no se justifica por las condiciones de estricta cladestinidad en que se tuvo que desenvolver el movimiento de liberación nacional camboyano desde 1965, fecha del exterminio masivo de los comunistas indonesios. Hasta ese momento siempre había mantenido una dualidad entre una rama legal y otra ilegal, pero a partir de entonces entró en el más absoluto de los secretos y del aislamiento. Si bien la clandestinidad es un principio organizativo básico de toda organización en guerra contra los reaccionarios, aquí se trata de algo bien distinto. En el párrafo final del Manifiesto Comunista Marx y Engels ya dijeron que los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos (4).

Pues tras su derrota en 1979, los jemeres rojos siguieron ocultando sus propósitos porque volvieron a cambiar de nombre y formaron el Partido de Kampuchea Democrática. Por tanto, su denominación como comunistas sólo duró dos años.

El supuesto maoísmo de los jemeres rojos

La afirmación original de que jemeres rojos eran maoístas provino de los revisionistas soviéticos, que en 1979 difundieron a través de la agencia de prensa Novosti un folleto infame de Vladimir Simonov titulado Campuchea: crimen y fracaso del maoísmo. El folleto perseguía varios objetivos:

- justificar la invasión del país por sus aliados vietnamitas
- descalificar a Mao y a China a través del genocidio camboyano.

La palabra maoísta aparece en cada línea del truculento folleto hasta crear una plena asociación de ideas. Pero no merece la pena perder ni un minuto en leer, ni mucho menos en refutar, el cúmulo de infundios que allí se vierten.

Como en tantas otras áreas, la política internacional de los revisionistas soviéticos hacia Camboya era absolutamente ajena al internacionalismo proletario. Entre otras cosas, nunca rompieron relaciones diplomáticas con el régimen del golpista Lon Nol.

Si negamos que el Angkar tuviera ninguna relación con el movimiento comunista internacional, excusamos decir que tampoco la tenían con el Partido Comunista de China. Los jemeres rojos nunca se reconocieron a sí mismos como maoístas. Si bien Pol Pot vivió en China en vísperas de la revolución cultural, no hay constancia de ningún apoyo a la misma en los documentos y declaraciones del Angkar o de Pol Pot durante la vida de Mao. Cuando los documentos del Angkar se remiten a la revolución china es generalmente para despreciarla en comparación con la camboyana.

A finales de 1967, Pol Pot organizó una escuela de entrenamiento del Angkar en la selva noreste de Camboya. En nueve días de conferencias políticas, rara vez mencionó a China y nunca a la revolución cultural que, justo en aquel momento, estaba en su apogeo y era noticia sobresaliente en todo el mundo. Kiernan reconoce que ni Pol Pot, ni Ieng Sary, Son Sen, Khieu Samphan, ni ningún otro dirigente del centro del PCK, se ha sabido que expresara simpatía por la Revolución Cultural mientras ésta ocurría (5). Según Timothy Carney: Aún no hay evidencia que vincule al partido camboyano con los radicales de China en el período 1965-1971 (6). Pero es otro tópico comúnmente aceptado en la propaganda imperialista ligar el régimen de Pol Pot a la Banda de los Cuatro sobre la base de supuestas similitudes entre el Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural y la política de Kampuchea Democrática.

Justo después de tomar el poder, en junio de 1975, Pol Pot hizo un viaje secreto a Hanoi y Pekín y algunos informes decían que se reunió con Mao, pero nada se sabe acerca de este supuesto encuentro.

Cuando Mao murió en septiembre de 1976, durante el golpe de Estado revisionista en China, los dirigentes del Angkar se manifestaron contra la Banda de los Cuatro, según Kiernan (7). Entonces Kampuchea Democrática llamó a un período de cinco días de luto y las declaraciones oficiales de duelo emitidas entonces no van más allá de la retórica diplomática que se puede leer en las de otros países, incluidos los capitalistas con los que China acababa de intercambiar embajadas.

En fin, en setiembre de 1977 también nuestro Ministro de Defensa Jose Antonio Alonso, entonces dirigente del Partido de los Trabajadores, se consideraba a sí mismo comunista y maoísta, pero nosotros nunca le tuvimos en tal concepto. Mucho menos a Pol Pot, que jamás pretendió hacerse pasar por lo que no era.

Notas:

(1) Ben Kiernan: The Pol Pot Regime, Yale University Press, 1966, pg. 457.

(2) Vladimir Simonov: Campuchea: crimen y fracaso del maoísmo, Agencia de Prensa Novosti, Moscú, 1979.

(3) Kenneth Quinn, en Karl D. Jackson, red.: Cambodia 1975-1978: Rendez-vous with Death, Princeton University Press, 1989, pgs. 219-220.

(4) Marx y Engels: Obras Escogidas, Madrid, 1975, tomo I, pg.50.

(5) The Pol Pot Regime, cit., pg. 127.

(6) Victoria inesperada, en Karl D. Jackson, red.: Rendez-vous with Death, cit., pg.24.

(7) The Pol Pot Regime, cit., pgs. 155-156.



Tomado de Antorcha, revista digital censurada del Partido Comunista de España reconstituido-PCE(r)