Aunque no es resultado exclusivo del crecimiento de la gran nación asiática en las últimas tres décadas, porque China y África mantienen vínculos cercanos casi desde la fundación de la República Popular, lo cierto es que en los últimos años estos se han ampliado y profundizado en función de las necesidades de ambas partes. Con la premisa de un diálogo sin condicionamientos de ningún tipo y a partir del tratamiento de iguales —muy difícil de asumir por las potencias occidentales— China gana el respeto de África.
Desde que el 12 de enero de 2006 Beijing hiciera público el documento que recoge la «Política del Gobierno para África» y avanzara el intercambio, ambas partes han enfrentado cuestionamientos y ataques. Pero los hechos y las cifras muestran una realidad distinta a la que pretende hacer creer el aparato mediático de Occidente, que ve sus intereses hegemónicos amenazados.
Como muestra de la buena salud de las relaciones entre las partes, precisamente hoy y mañana tiene lugar en Egipto la cuarta reunión ministerial del Foro de Cooperación China-África (FOCAC). Inaugurado en octubre de 2000, este mecanismo de concertación y diálogo se ha consolidado como importante plataforma de las relaciones chino-africanas, promotora del desarrollo común en el marco de la cooperación Sur-Sur.
Trato de iguales
Los pueblos africanos y sus dirigentes agradecen la cooperación con China porque se traduce en beneficios que no salen de las fronteras, sino quedan en esas olvidadas tierras. Al tiempo que se ha consolidado la confianza mutua en el terreno político, ha crecido el comercio y la cooperación en ciencia, tecnología, educación, cultura, salud y capacitación de los recursos humanos; además de la inversión en infraestructura y los préstamos —que tienen en cuenta las deudas externas de estos países—, entre otros beneficios.
El comercio es una muestra inequívoca del crecimiento de los nexos. Con un intercambio comercial que supera los 106 000 millones de USD, China se ha convertido en el segundo socio comercial de África, detrás de EE.UU. De ese total, 56 000 millones de USD corresponden a los productos que el continente exporta al país asiático y que le permiten mantener la balanza con un superávit de más de 5 000 millones. La asistencia china en créditos a África tampoco dejó de crecer: 2 000 millones de dólares en 2007, frente a apenas 75 millones en 2003. Según el Ministerio de Comercio de China, ese país tenía invertido en el continente africano 30 000 millones de dólares en 2008.
Dentro del marco del FOCAC, mención especial requiere la ayuda para el desarrollo de los recursos humanos africanos a partir del establecimiento de un fondo administrado de forma conjunta entre varios ministerios chinos. En 2007 Beijing acogía a 29 000 becarios africanos en sus universidades. Paralelamente, ya en 2005, unos 530 profesores habían sido enviados por la máxima dirección china a 33 países de África, con el objetivo de ayudar en la formación de personal científico y técnico en los campos de las ciencias naturales, especialmente aplicados a la agronomía así como en las esferas de la literatura y la cultura física.
En el terreno de la cooperación médica, China también tiene una extensa historia en África. Beijing envió su primera brigada médica a este continente en 1964 por invitación del Gobierno argelino. Desde entonces, el país asiático ha enviado 15 000 médicos a más de 47 países africanos, en los que ha atendido aproximadamente a 170 millones de personas. Ahora mismo los programas más efectivos contra la malaria o la disentería, dos de las enfermedades que más mortalidad acarrean en el continente, son impulsados por China.
Si bien es cierto que el intercambio con los países africanos reporta importantes beneficios a Beijing, especialmente por las crecientes necesidades energéticas y minerales de su pujante economía, también lo es que el esquema de cooperación supone un cambio de visión para aquellos países, sometidos a los designios del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), y a relaciones desiguales con EE.UU. y con sus antiguas metrópolis coloniales.
Lo que «ofrece» Occidente
Estados Unidos y Europa usan sus relaciones con África como instrumento de presión política y subordinándolas, más que todo, a sus propios intereses nacionales.
A través del FMI y el BM, los centros de poder han truncado el desarrollo de los países africanos, y hoy siguen controlando el saqueo de los recursos naturales de ese continente tan rico. Si los estados africanos quieren obtener préstamos para invertir en sus economías deben primero demostrarles a esas instituciones financieras del Primer Mundo, que han cumplido al pie de la letra lo que prescriben las recetas neoliberales.
El permiso para el saqueo de los recursos naturales estratégicos por parte de las transnacionales, el impulso de las privatizaciones, y de una política económica basada en la exportación de materias primas, así como las liberalizaciones financieras —todas recetas del FMI y el BM— solo han logrado perpetuar los problemas estructurales heredados de la colonización, y debilitar el desempeño económico favorable que tuvo el continente africano con sus programas nacionales en los primeros años de su independencia política.
Por otra parte, el también denominado Consenso de Washington recomienda una disciplina fiscal muy estricta, con recortes en el gasto público, y que limita los presupuestos destinados a salud y educación, pilares del desarrollo socioeconómico real.
Lo hipócrita del asunto es que después de imponerles estas condiciones, le pidan a África avances en la lucha contra la pobreza para poderle facilitar el acceso a créditos y alivios a la deuda externa, cuando esas recetas neoliberales solo han agudizado la marginalidad social y obstaculizado, por consiguiente, el logro de las Metas del Milenio.
Además, a estos países se les va buena parte de sus ingresos en pagar los escandalosos intereses de la deuda, lo cual explica por qué algunos Estados, aunque puedan tener algún crecimiento económico, no registran grandes avances en el plano social.
Si analizamos la Ley de Oportunidades y Crecimiento para África (AGOA), que rige los vínculos comerciales entre Estados Unidos y ese continente, seguimos encontrando las presiones políticas. Para ingresar a este acuerdo, los países africanos deben reunir, entre otros requisitos, los mismos que pide el FMI a cambio de sus leoninos créditos, además de que son examinados a través de una visión politizada de los derechos humanos al estilo de Washington.
Más claro ni el agua: los estados que ingresan en la AGOA, abren el camino a las transnacionales estadounidenses.
Asimismo, las supuestas concesiones de la aduana de la potencia americana que promete este instrumento legal, son básicamente para las materias primas, maniatando aún más las economías nacionales haciéndolas más vulnerables a las caídas de los precios de sus principales rubros, y reforzando un comercio excluyente.
Con estas bases es imposible que la AGOA pueda contribuir al desarrollo económico africano, principalmente si los productos que mejor clasifican para entrar al mercado estadounidense son el petróleo y los minerales. Se pueden contar con los dedos de una mano los países desde los cuales se realizan exportaciones de alguna consideración: Nigeria, Sudáfrica, Gabón, Angola y República del Congo, cuando la lista de los «elegibles» en África suma ya 40 estados, según un reporte sobre la política de comercio e inversión de EE.UU. en África Subsahariana y la implementación del AGOA, de 2008.
El acuerdo de Cotonou, firmado en 2000 entre la Unión Europea y los 78 Estados de África, el Caribe y el Pacífico, también reafirma este escenario comercial perjudicial para el continente. El petróleo sigue siendo el principal rubro africano de comercialización, seguido por los diamantes, además de que el bloque europeo destina una enorme cantidad de millones de euros por concepto de colaboración, solo para la implementación de programas de ajuste estructural, totalmente incongruentes con la lucha contra la pobreza, que tanto menciona ese convenio.
Comercio e inversión con injerencias en asuntos internos y de soberanía nacional, y propuestas que agudizan los problemas sociales y deforman aún más las economías africanas, es la receta de Occidente: con estos ingredientes es lógico que el mejunje imperial sea cada vez más rechazado, en tanto el gigante asiático profundiza y diversifica nexos antiguos que ahora rompen esquemas. No debe sorprender. Como expresara el presidente de Rwanda, Paul Kagame, al periódico alemán Handelsblatt, «China sí le da a África lo que necesita».