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domingo, 22 de noviembre de 2009

Colectivizaciones y otras aventuras anarquistas durante la guerra civil

Del libro ‘Guerra y revolución en España (1936-1939)’, tomo II, pgs.29 a 35

Si escasa era la actividad militar de las columnas anarquistas, en cambio desplegaban una intensa labor política y económica en las regiones adonde llegaban.

En Aragón, con ayuda de las centurias de la CNT, los dirigentes anarquistas desarticulaban en ciudades y pueblos los Comités de Frente Popular, prohibían y cerraban los locales de los partidos obreros y republicanos -pretextando que habían cumplido su misión histórica- y tomaban en sus manos la dirección de toda la vida política y económica de la región.

Los anarquistas se lanzaban a poner en práctica en la zona republicana de Aragón su comunismo libertario, colectivizando a diestro y siniestro villas y haciendas.

Para legalizar una situación de hecho, el Comité Regional de Aragón de la CNT convocó en Binéfar (Huesca), los días 12 y 13 de agosto, una conferencia destinada a trazar el plan del comunismo libertario y elegir un organismo encargado de realizarlo. Invitados por los anarquistas, a esa Conferencia asistieron los representantes de las organizaciones ugetistas locales.

La Conferencia ratificó la proclamación del comunismo libertario en Aragón y eligió el Comité de Nueva Estructuración Social de Aragón, Rioja y Navarra.

En cada pueblo se establecía el poder anarquista, encarnado en un comité. Estos comités, so pretexto de colectivizar, quitaban la tierra, los aperos y los animales a los campesinos (incluidos los pobres). Los campesinos tenían que trabajar por un salario igual para todos, muy bajo, y estaban sometidos a la vigilancia de grupos armados de la FAI.

Quienes no tenían tierra, no la recibían tampoco de los libertarios.

En muchos casos se suprimió el dinero; el comité del lugar emitía bonos y billetes que sólo servían para adquirir, en el pueblo mismo, algunos productos alimenticios. La plata y el dinero oficial eran recogidos por los comités anarquistas, lo cual permitió que algunos elementos desaprensivos pudieran enriquecerse.

Juan Peiró, dirigente cenetista, ha escrito sobre la conducta de los anarquistas lo siguiente: Cuando fueron al campo llevando consigo la antorcha de la revolución, lo primero que hicieron fue arrebatar al campesino todo medio de defensa... y una vez conseguido, le robaron hasta la camisa (1).

La colectivización forzosa fue general en las zonas de Aragón donde predominaban las columnas de la CNT-FAI y del POUM. En Cataluña, pudieron salvarse de la fiebre colectivizadora anarquista algunas comarcas, gracias, principalmente, a la actividad del PSUC y de la UGT.

El sistema de colectividades anarquistas significaba volver a una economía casi natural, en la que cada pueblo y aldea tenía que subsistir con sus propios recursos.

La agricultura de Aragón y Cataluña se arruinaba. La superficie sembrada en esas regiones descendió en un 20 o un 30 por ciento. La producción agraria disminuyó en grandes proporciones. Al mismo tiempo quedaban rotas las relaciones económicas vitales para la alimentación de las ciudades y del ejército.

En ese clima de arbitrariedades y corrupción, impuesto por los anarquistas, florecía a sus anchas el acaparamiento, la especulación, el tráfico ilegal de toda clase de productos, a precios prohibitivos para las masas de la población.

En Aragón, a los quince días de ser aplicado el comunismo libertario, quedaron vacíos los comercios colectivizados, creándose un serio problema de abastecimiento.

La industria textil, de la alimentación y, en general, la industria ligera de Cataluña, colectivizada por los anarquistas, se negaba a reconocer los bonos y billetes emitidos por el Comité de Aragón y exigía el pago de su mercancía en pesetas contantes y sonantes.

Como represalia, este Comité amenazó al Comité Nacional de la CNT con cortar el fluido eléctrico que abastecía a una parte de la industria y a la población de Cataluña e incluso con volar las centrales eléctricas si perseveraba en su negativa a facilitar víveres y ropa a la zona liberada aragonesa (2).

Ante la gravedad de las amenazas, el Comité Nacional de la CNT dio orden al jefe militar de las fuerzas anarquistas del frente de Aragón de fusilar a los miembros del citado Comité si persistían en su actitud.

La agudización de las contradicciones en el seno mismo de la CNT y de la FAI llevó a la dirección máxima anarquista a formar, a espaldas del Comité aragonés, un gobierno cantonalista, el llamado Consejo de Aragón, con el propósito de enderezar la grave situación creada en esta región, sin perder su predominio económico y político.

El dominio que ejercieron los anarquistas sobre amplias zonas campesinas de Aragón y Cataluña, tuvo gravísimas consecuencias que se hicieron sentir a todo lo largo de la guerra. Consecuencias económicas, al disminuir considerablemente las posibilidades de abastecer el ejército y la población; y, sobre todo, consecuencias políticas, al provocar el disgusto y la indignación de cientos de miles de campesinos, que perdían todo interés en la guerra contra el fascismo y que incluso iniciaban revueltas locales contra los desafueros anarquistas.

Con su revolución, los anarquistas hicieron odiosa para muchos campesinos el nombre de colectividad.

En Cataluña, la situación del campo no mejoró con el Decreto del Gobierno Casanovas, del 3 de agosto, que impuso la sindicación obligatoria de todos los campesinos en un organismo único (más tarde llamado FESAC, Federación de Sindicatos Agrícolas de Cataluña).

Las colectividades anarquistas no fueron tocadas por ese Decreto. Y allí donde los campesinos seguían siendo productores individuales, el Decreto les obligaba a efectuar exclusivamente a través del sindicato agrícola tanto la venta de sus productos, como la adquisición de los artículos que precisaban; el sindicato controlaba los precios, los seguros, los créditos. Ese sistema suprimía a los campesinos toda libertad para vender sus productos y mataba su estímulo para producir más.

Los anarquistas y la industria catalana

Con un total desconocimiento de las leyes económicas, los anarquistas se lanzaron a reorganizar la industria catalana basándose en concepciones sociológicas infantiles, que si ya eran falsas y utópicas en el siglo XIX; aplicadas a las realidades económicas del siglo XX, resultaban catastróficas.

Desde los primeros días de la lucha, la gran mayoría de las empresas de la industria catalana fueron controladas por los faístas. Y aunque en algunos casos los Comités Obreros eran formalmente de la UGT y de la CNT, en realidad, en el primer período que estamos considerando, la casi totalidad estaban en manos de los anarquistas.

Los anarquistas despreciaban las necesidades prioritarias de los frentes, cuando el problema de la guerra contra el fascismo era cuestión de vida o muerte para el proletariado de Cataluña y de toda España.

Mataban todo estímulo, todo esfuerzo por elevar y mejorar la producción, imponiendo un salario igual para todas las categorías: a los ingenieros y técnicos, a los obreros más calificados, se les pagaba lo mismo que a los peones.

Los anarquistas se olvidaban de una realidad tan simple y elemental como la de que la producción es el aspecto decisivo de la actividad económica, pues si no se produce, poco se puede distribuir. Ellos despreciaban la producción y concentraban todos sus afanes renovadores, toda su demagogia ultrarrevolucionaria, en la distribución igualitaria. De hecho, la igualdad no se veía por ninguna parte, pues los salarios diferían mucho de una empresa a otra. Los obreros cobraban según las existencias y reservas que hubiese en la empresa donde trabajaban, y según los caprichos de los omnipotentes comités. Y cuando las reservas se agotaban, los anarquistas recurrían al Estado para exigirle que les facilitase fondos para seguir pagando los salarios.

Su tendencia igualitaria llegó hasta el extremo de que los actores y cantantes cobraban lo mismo que el personal encargado de la limpieza.

En cambio la revolución de los anarquistas mantenía el principio de que los salarios de las mujeres obreras tenían que ser inferiores a los de los hombres, aunque realizasen igual trabajo.

En sus aberraciones, llegaron a sindicalizar las casas de prostitución de Barcelona, que eran explotadas en beneficio de los Comités de la FAI.

La incautación de las empresas al estilo anarquista no era un paso hacia el establecimiento de la propiedad social de los medios de producción, sino la sustitución de los antiguos dueños por otros, por los comités, que actuaban en nombre de los órganos dirigentes de la FAI y de la CNT, o incluso, en ocasiones, por cuenta propia.

En nombre del federalismo económico, los anarquistas empujaban a una descentralización caótica, sembrando la confusión y el desorden. No había coordinación de ningún género.

En no pocos casos, las diferentes fábricas de una misma empresa, que eran complementarias unas de otras, quedaban en manos de comités diferentes. Se interrumpían las relaciones económicas que eran objetivamente necesarias para la producción.

Los comités producían, en las fábricas que controlaban, no los objetos que eran requeridos más apremiantemente para la guerra, sino los que mejor podían vender y con los que podían lograr mayores ganancias.

En ese afán por elevar los beneficios, surgían enconados choques de intereses y conflictos entre unas empresas y otras, entre unos comités y otros.

En una resolución de la CNT catalana se reconocía que las empresas colectivizadas se habían dedicado a elevar sus beneficios, sin pagar sus deudas, provocando así el desequilibrio de las finanzas de las otras empresas.

Al considerar cada colectividad como propiedad particular -se decía en esa resolución cenetista-... se ha hecho abstracción de los intereses del resto de la colectividad (3).

Despreciando las necesidades vitales de la guerra antifascista, los anarquistas no hicieron nada serio para montar una industria bélica; las inmensas posibilidades que existían se desaprovecharon. Y en las fábricas controladas por ellos, donde se inició cierta producción de armamento éste iba a parar casi exclusivamente a manos de los grupos faístas, que actuaban preferentemente en la retaguardia.

Implacables con los pequeños y medios industriales y comerciantes, los anarquistas mostraban en cambio extraordinaria flexibilidad con algunos de los representantes del gran capital monopolista.

La CNT se puso en contacto con el Consulado inglés en Barcelona y, de acuerdo con éste, publicó la lista de 87 empresas importantes a las que nadie debía tocar (4). Lo mismo hizo con otras empresas extranjeras.

Y no sólo extranjeras.

En una serie de casos, los agentes de los grandes capitalistas conseguían permanecer en los órganos de dirección, al lado de los comités anarquistas. El papel de estos agentes era, mientras esperaban el retorno del amo, poner obstáculos a la utilización de la empresa para la guerra, fomentar el desorden y el caos económico, para lo cual encontraban una gran ayuda en las posiciones del anarquismo.

En la compañía de Tranvías de Barcelona, los jefes faístas pusieron en libertad al hombre de confianza de la empresa, el abogado Creisler, que había sido detenido por sus actividades fascistas. Éste trabajó como consejero de la FAI durante bastante tiempo, pasándose más tarde a la zona fascista. Un militar aristócrata reaccionario, el teniente coronel Rojo, sobrino del Marqués de Foronda, fue durante toda la guerra el brazo derecho de Sánchez, el director de tranvías nombrado por la FAI (5).

Uno de los resultados de la revolución libertaria fue el surgimiento de una capa de capitanes de industria de la nueva economía anarquista. Juan Porquerizas Fábregas, hombre de negocios que había dirigido en tiempos de la dictadura de Primo de Rivera una agencia comercial, cuyo presidente de honor era nada menos que el general Martínez Anido (6), verdugo del proletariado barcelonés, aparecía como figura eminentísima de la FAI.

Los comités colocados al frente de las empresas se rodeaban de una burocracia abultadísima, los aparatos de dirección y administración de las fábricas se inflaban desmesuradamente. El burocratismo y la falta de control permitían que gentes desaprensivas con el carnet de la FAI se dedicasen a tráficos turbios, al latrocinio y a la especulación, lo que se entremezclaba con la acumulación de inmensas riquezas por parte de los organismos dirigentes del movimiento anarquista.

Éste había afirmado solemnemente: Nuestra revolución no puede tener más que un solo artículo y un solo preámbulo: QUEDA ABOLIDA LA PROPIEDAD PRIVADA (7).

Pero el espíritu de la propiedad privada, lejos de desaparecer, se instalaba en el cogollo mismo de la revolución anarquista.

Reconociendo esta realidad, el dirigente de la FAI, Abad de Santillán, escribía: En lugar del antiguo propietario, hemos puesto a media docena de ellos que consideran la fábrica o el medio de transporte que controlan como su bien, con el inconveniente de que no saben siempre cómo organizar una administración y realizar una gestión mejor que la antigua (8).

En una resolución aprobada por una comisión de la CNT se reconocía que el deseo desmesurado de colectivizarlo todo, en especial las empresas que tienen reservas monetarias, había despertado un espíritu utilitario y pequeño burgués...(9)

En un documento del Sindicato de la Madera de la CNT de Barcelona se decía con alarma: Se ha creado una cantidad enorme de burócratas parasitarios... Hay demasiados Comités de Control que no producen (10).

Preocupada por el desprestigio que causaba al movimiento anarquista el estado de cosas que reinaba en Cataluña, la dirigente Federica Montseny decía en un mitin celebrado en Valencia: Últimamente he estado varios días en Cataluña y me he dado cuenta de algo muy importante. He de ser, quizá, un poco dura en mis comentarios. Los que no sienten lo que directamente es la guerra viven en juerga revolucionaria. Tienen las industrias y los talleres en sus manos, han hecho desaparecer a los burgueses, viven tranquilos, y en una fábrica, en vez de un burgués, hay siete u ocho... Sin embargo, no olvido a los camaradas que están trabajando diez, doce o catorce horas en las fábricas de armas de Cataluña, que un día muere uno, otro día, dos, en dolorosas experiencias...(11)

Los faístas se lanzaron a extender al extranjero el campo de su actividad económica, y abrieron oficinas comerciales en Marsella, luego en París y en otros lugares.

Una serie de comités anarquistas llevaron a cabo, por su cuenta, ciertas exportaciones, sobre todo de productos agrícolas de gran valor (aceite, almendra, vino, azafrán). Lo hicieron de forma caótica, entrando en competencia unos con otros, con lo que ellos mismos provocaban la caída de precios.

Dueños de la frontera, los faístas sacaron o dejaron sacar más de 200 millones de pesetas papel de la República al extranjero (12), lo que contribuía a depreciar el valor de esta moneda en los mercados exteriores.

Los comités de la FAI depositaban grandes sumas en el extranjero, en previsión del futuro, pero no resolvían los problemas económicos cada vez más angustiosos de las empresas de Cataluña.

Al poco tiempo de haber sido éstas incautadas por los anarquistas, empezaron a agotarse sus fondos de tesorería y sus cuentas bancarias; se terminaban las reservas de materias primas. La producción descendía; en ciertos casos, se paralizaba.

Tratando de paliar esta situación, el Gobierno catalán, presidido por Juan Casanovas, otorgó a la CNT grandes facilidades, a través de una oficina reguladora del pago de los salarios (13) creada por la Generalidad, para que los comités pudiesen recibir fondos a crédito y pagar a los obreros.

A mediados de agosto, dando satisfacción a las reiteradas demandas de la CNT, el Gobierno Casanovas creó un Consejo de Economía de Cataluña, definido en el Decreto de su constitución como órgano dirigente de la vida económica. En él desempeñaban un papel preponderante los anarquistas J. P. Fábregas y D.A. de Santillán. Esta decisión equivalía a legalizar, en cierta forma, el predominio anarquista en la economía de Cataluña.

Notas:

(1) Llibertat, 29 de septiembre de 1936. Véase también el libro Perill a la retaguarda, Mataró, Ediciones Llibertat.
(2) Informe de Ismael Sin, representante de la UGT en el Comité de Nueva Estructuración Social de Aragón, Rioja y Navarra.
Archivo del P.C.E.
(3) P.Broué y E.Témime: La révolution et la guerre d'Espagne, Paris, 1961, pág. 145.
(4) José Peirats: La CNT en la revolución española, tomo I, pág. 177.
(5) Agustín Arcas: Informe. Archivo del P.C.E.
(6) R. Vidiella: Informe. Archivo del P.C.E.
(7) Solidaridad Obrera, 10 de septiembre de 1936.
(8) D. A. de Santillán: After the revolution, New York, 1937, pág. 121.
(9) Broué, libro citado, pág. 145.
(10) Peirats, libro citado, tomo I, pág. 361.
(11) Ibidem, pág. 255.
(12) Jerónimo Bugeda: Informe ante el Comité Nacional del P.S.O.E. Junio de 1937, Archivo del P.C.E.
(13) La politique financiére de la Generalitat pendant la révolution et la guerre, 19 juillet 19 novembre de 1936, (folleto impreso por el Departamento de Finanzas de la Generalidad de Cataluña), pág. 11.